En el techo de la Pampa (Artículo de El Cronista Comercial)
Amigos, comparto con ustedes un interesante artículo que, inherente a Sierra de la Ventana, salió publicado en el matutino porteño El Cronista Comercial este viernes. La nota es obra del colega Tomás Natiello.
En el techo de la Pampa
El primer recuerdo de Sierra de la Ventana que aparece en la memoria al momento de escribir es en la estación del tren. Era temprano, cerca de las 6:30 de la mañana, y un leve rocío cubría los árboles unos canteros con flores.
La noche y el sueño no habían permitido que se notara cómo el suelo llano de la pampa húmeda se iba arrugando y ganando altura. Por eso, el impacto al ver esas sierras mucho más altas que las de Tandil fue mayor. Tras recorrer una veintena de kilómetros, las cumbres de cerros como el Napostá y el Tres Picos se aprecian aún más claramente como vigías que dominan el sur de la provincia.
De ese primer recuerdo del tren a hoy pasaron más de 25 años. Los trenes siguen corriendo pero no aparecen al tope de las preferencias al momento de llegar hasta estas tierras fantásticas. Y es una lástima, porque con el tendido de las vías nacieron los parajes que embellecen la comarca.
La historia reciente, la de los pueblos, comienza en 1903, cuando se realiza la construcción del ramal Ferrocarril del Sud que pasaba (y aún pasa) por Olavarría, Cnel. Pringues y Bahía Blanca.
Entre esos puntos principales se crearon estaciones, una de ellas Sierra de la Ventana, actualmente Saldungaray. El tren trajo consigo nuevos emprendimientos, como el Club Hotel de la Ventana, un edificio majestuoso del que sólo quedan ruinas y detalles curiosos, como las inscripciones en alemán que permanecen en la vieja puerta de un depósito subterráneo. La construcción requería que el tren trajera materiales y personal, por lo que surgió una nueva estación, que llevó el nombre de Sauce Grande. Y al mismo tiempo, un terrateniente local de apellido Meyer construyó en la localidad otro hotel, menos espectacular, para dar alojamiento a los capataces de la construcción.El propio Dietrich Daniel Meyer acabó por vender parte de sus terrenos al ferrocarril, al tiempo que bautizó al incipiente poblado con el nombre de Villa Tívoli Argentina, por el parecido del paisaje con la antigua ciudad romana. El 17 de enero de 1908, fecha en que Meyer loteó una veintena de terrenos, se considera el día de nacimiento de la ciudad, que este año acaba de cumplir su primer siglo de vida. Hace apenas un mes, su nieto, junto con descendientes de los primeros pobladores como Delfina Piergentili, Florencia Frontini, Federico Kaltenbach, Gianfranco Aiello y Andrés Etulain, colocaron una ofrenda floral en memoria de aquellos años.
Un sitio que en breve habría cumplido también 100 años es el Club Hotel. Las obras culminaron en 1911, y fue posible, en parte, gracias a los ladrillos que producía Ernesto Tornquist. El hotel no sólo era enorme (6.400 metros cuadrados construidos), sino que además ostentaba gran lujo. Contaba con solarium, un restaurante con mobiliario Luis XVI, jardín de invierno, salones de fiesta, casino y una de las mejores canchas de golf del país. El presidente Roca lo definía como la maravilla del siglo, perla que fue eclipsada por el declive del turismo durante la primera gran guerra. Años más tarde fue presidio de los marineros del Graf Spee, y en esos años los soldados alemanes lo restauraron. Desde siempre hubo proyectos de recuperar la gloria perdida, que desapareció definitivamente con el incendio de los años ’80. Hoy, sus ruinas son visitadas y están camino a la senda que permite escalar el Cerro Tres Picos, en la zona de Villa Ventana.
Hoy es hoy
Desde aquellos inicios hasta hoy, a falta de un gran hotel, han florecido numerosos emprendimientos que van desde estancias turísticas hasta pequeños complejos de cabañas, pasando por el auge del golf que tiene aquí un destino perfecto.
Entre los alojamientos más destacados están la estancia El Retiro, que ya fue visitada en varias ocasiones desde estas páginas, y Cerro de La Cruz. Ubicada en el corazón mismo de las sierras, esta última es propiedad de la familia Ayerza. El campo, de corte agrícola-ganadero, creció de la mano de Eduardo Ayerza y de su Gertrudis Herrera Vegas de Ayerza, y su nombre deriva de la presencia de una cruz de origen desconocido que existió allí hace tiempo. Seguramente, un vestigio de los tiempos en que las serranías eran una frontera caliente, paso y refugio alternado de soldados, aborígenes y ganado. El casco de la estancias cuenta con el plus de belleza que le otorga el diseño del arquitecto Bustillo, y con la comodidad que proveen una vivienda principal, secundada por una casa para el mayordomo, otras para el personal, tres galpones, tres silos aéreos para forraje con capacidad para un millón de kilos y seis silos más para cereales. Diseminados en el campo hay, además, cinco puestos y la cabaña de cría que desde 1937 se mantiene en un sitial de prestigio.
Otro de los campos emblemáticos de la región es La Luisina, que en sus 1.100 hectáreas alberga un casco de 107 años de antigüedad que fue remodelado hace cuatro décadas. Alrededor de la casa de estilo inglés que se reconstruyó en 1965 hay cinco hectáreas de parque iluminado, poblado con diferentes especies arbóreas y animales domésticos que invitan al relax permanente. Apenas seis habitaciones para 12 personas aseguran la paz del lugar, mientras que el spa con piscina cubierta, el sauna, jacuzzi, ducha escocesa y el servicio de masajista profesional (a pedido) garantizan que el cuerpo sea tratado de la mejor manera. Por supuesto, las cabalgatas, las salidas en mountain bike, o las caminatas con avistaje de aves están a la orden del día.
Alrededor del golf
Nuevamente el apellido Meyer aparece en una tarea fundacional, esta vez junto al nombre de Diego, pionero que tomó 35 hectáreas de la estancia El Retiro para convertirlas en un campo de golf que todavía hoy sigue entre los más entretenidos y desafiantes para los jugadores de cualquier nivel.
Al principio, con al ayuda del Ingeniero Edgard Graham del Ferrocarril del Sud y de Pedro Churio, se realizó un trazado de nueve hoyos que aprovechaba las dificultades planteadas por el arroyo San Bernardo para el diseño. De esto hace más de 70 años, en los que los links se ampliaron y el Club de Golf de Sierra de la Ventana también, hasta convertirse en dueño del campo y motor de la actividad deportiva local.
Claro que alrededor del course fueron creciendo también emprendimientos conexos, como las cabañas y aparts que proveen alojamiento a los jugadores. Uno de los más destacados es el Balcón del Golf, que como su nombre sugiere está próximo a las canchas y casi sobre el río Sauce Grande. La piscina climatizada cubierta, el gimnasio, el sauna húmedo y sala de masajes son apenas complementos para matizar las jornadas entre greens y fairways. Detalles de confort como el hogar a leña en las cabañas y todos los extras incluidos en la tarifa, hacen que la opción se torne irresistible. También existen otras alternativas muy cercanas como las Cabañas del Golf, que combinan la calidez de la madera en los interiores con la belleza de un parque arbolado cercano al Club House del golf. Finalmente, un poco más alejadas y en el centro de la ciudad, el complejo de cabañas Del Pehuén también brinda un espacio confortable, amplio y presentado con buen gusto para alojarse y partir desde allí a cada rumbo de los rincones de la comarca turística que incluye a Villa Arcadia, Saldungaray, Villa Ventana y el Abra de la Ventana.Nuevas alternativas
Entre las novedades de los últimos años, hay que incluir algunos alojamientos que han sabido traer a estas tierras elevadas lo mejor de otros destinos.
Así, lugares como la Posada Agua Pampas, ubicada en Villa Ventana, ofrece 17 habitaciones singles, dobles, triples y suites, concebidas todas para el descanso y el relax. Cada detalle apunta a mejorar la estadía. Como ocurre con el desayuno campestre o las artesanales y, vale decir, inusuales bañeras y bachas hechas de troncos. La piscina exterior, la pileta interior con jacuzzi, las hamacas paraguayas y un amplio parque con costa del arroyo Las Piedras completan un cuadro para el disfrute.
Más alejada de la villa, en dirección a Coronel Suárez, la Casa de Campo Matietxe también reclama su instante de atención. Se trata de un alojamiento pequeño, de sólo tres habitaciones, que seduce desde el parque perfecto que lo rodea, pero también desde la calidez del salón con hogar a leños o la simpatía de los ponys que se ofrecen a los más chiquitos. En definitiva, al igual que en los alojamientos de diverso nivel que pueblan estas sierras, aquí lo que siempre termina por convencer al viajero son esos pequeños detalles que hacen la diferencia.
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