23 octubre 2006

En el hueco del cerro Ventana (Enviada por mi mamá, Marta Eleisegui)




Año incierto (1996/97, probablemente) De izq. a derecha: Darío Lemos, Romina Carrizo, Daniel Santini, Gastón Waiman (Tonga) Teresa Esquivel, Marta Eleisegui, Robin Valles y Gerardo Rohlman (Tiyo)

13 octubre 2006

Nando Ullúa, el hombre del caballo (Por Marta Eleisegui)

Como no acordarme del "Guacha Gorda", una persona joven y sumamente solidaria, el nombre lo sé pero no lo recuerdo, sí donde está su casa, en "La Cumbre", un barrio o villa como allá se denominan a todos los diferentes sectores poblados de Sierra.

Sierra!!!, el lugar donde crecí junto a mi familia, que nos regaló la simpleza y la paz de una pequeña población, con su belleza salvaje y natural, donde aprendí a valorar las "pequeñas grandes cosas de la vida" que me servirían luego para enfrentar tanta frivolidad y banalidad de nuestra sociedad actual.

Hay tanto para decir de Sierra de la Ventana, y de tantas buenas personas que aportaron lo suyo a este lugar con sólo existir.

Me viene a la mente en este momento, Nando Ullua, se acuerdan de ese ¿"paisano"?, con cara recia y seria, que escondía a un ser bondadoso y responsable y muy educado por cierto, que paseaba en su caballo por el pueblo, creo que también se merece el recuerdo. Prometo seguir aportando mis recuerdos.

Hasta Pronto...

11 octubre 2006

De cómo el Guacha Gorda nos salvó la vida (Por Patricio Eleisegui)

Si mal no recuerdo, corría el año 1986. Mi viejo nos había dejado -a mi hermano, Jonatan, y a mí, 5 y 8 años, respectivamente- en el auto (un Ramblert blanco, destartalado, modelo indeterminado) al tiempo que él ocupaba su tiempo en charlar cómodamente en el interior de la casa de Alessandrini (sí, el padre de Quique) Estábamos -me falla la memoria- en la calle que desciende bordeando la estación de servicio YPF (que por entonces pertenecía a los padres de Gastón Llado) y desemboca en la avenida San Martín. Básicamente, estábamos estacionados sobre la pendiente de la calle de piedras...

Quién sabe a qué jugábamos en ese momento con mi hermano cuando, como buenos maricones, empezamos a imaginar que el auto se movía. “Me parece que se le salió el cambio”, comentaba Joni, cada vez de manera más recurrente...

Ni que hubiésemos llamado a la mala suerte... De pronto, como disparado, el auto se precipitó vertiginosamente por la bajada y nosotros... blancos: ubicados en el asiento de atrás... Inevitablemente, íbamos a dar con la avenida... en la que siempre había más de un auto dando vueltas a buena velocidad (entre ellos, el falcon del “Loco” Casas)

Pero...

Desde la nada...

Un tipo algo regordete apareció y, parándose delante de la máquina, siempre a pie firme, detuvo el auto en plena carrera. Todavía lo recuerdo: las manos apoyadas en el capot blanco. Las venas del cuello brotadas por el esfuerzo inesperado. El gesto de que no iba a aguantar mucho. Mi hermano llorando y yo congelado... Si mal no recuerdo, de una de sus muñecas colgada una bolsa de nylon con cosas del supermercado ¿vendría de comprar en la despensa de Beli?

Lo cierto es que, mientras el desconocido aguantaba el peso del auto, un rayo iluminó la cabeza ya semipelada de mi viejo. Y a la carrera, llegó hasta el coche y nuevamente lo puso en cambio: nos habíamos salvado...

Fugaz. Del mismo modo en que apareció, así se fue también nuestro salvador: se hizo humo. Con el tiempo, supe que le decían el Guacha Gorda. Que había perdido un dedo en Malvinas y que tenía un corazón de oro.

Ya de adolescente, lo vi más de una vez trepándose a la carrera al autobomba estropeado de los bomberos; esos locos valientes que más de una vez desafiaron (y, de seguro, aún desafían) los grandes incendios que en las sierras siempre provoca algún soberano idiota...

Recuerdo que una vez, en una excursión de los bomberos a la sierras, el Guacha Gorda fue mordido por una yarará. Y que estuvo internado. Muy mal. Muy mal... Pero se recuperó... y no sé si no volvió a trabajar, más tarde, en la panadería de Schumacher... No sé...

Lo cierto es que hoy, 10 de octubre de 2006, a las 10.15 de la noche, en el barrio porteño de Parque Patricios, la imagen del Guacha Gorda (del que nunca supe su nombre) vuelve nuevamente a pararse frente al Ramblert para salvarnos a mi hermano y a mí...
Y no puedo menos que dedicarle estas líneas... Esté donde esté.

10 octubre 2006

Desde la estación de trenes...


De las mejores tomas que pululan por la web. Extraída de www.ruta0.com

El día que me choqué el paredón de Elsita Martín (Por Patricio Eleisegui)

Convengamos que el golpe me hizo perder -un poco- la noción del año. Tardías, mis deducciones ubican la situación en la primavera de 1989 (o sus alrededores) Yo tendría... como 11 años. Tarde de calor en Villa La Arcadia (“La Villa...” para que los que vivimos alguna vez ahí) y un claro desafío: una carrera a través de las calles que rodean a la cancha de fútbol (ex Atlético Ventana si mal no recuerdo...) Los participantes que se me vienen a la mente: Gonzalo y Damián Reyes (el “Chalo” y el “Cabezón”) Jesús Montero (el “Jechu”) y, muy probablemente, Javier Girou (el “Terre”) todos ellos con bicicleta cross. Por mi parte, yo tenía una bici media carrera amarilla (muy fea, por cierto) Las malas voces decían que se trataba de una bicicleta “de mujer”. Pero bueno, no había otra... y peor, cuando uno es chico, es tener que andar a pata (haciendo uso del molesto “¿me llevás en el manubrio?”)

La largada estaba establecida justo frente a la casa de Héctor Girou (padre del Terre) llegábamos hasta la esquina que daba a lo de Elsita Martín y, tras pasar frente a La Romanina, doblábamos por la calle pegada al hotel Carlitos. Así, para luego doblar nuevamente hasta completar un cuadrado imperfecto (en Sierra, los caminos tienen medidas imprecisas)

Bien, plena recta y ahí quien aquí escribe -montado sobre una bicicleta sin frenos, olvidé decir- parte en último lugar... Luego, a la altura del Carlitos, supera a uno de sus contendientes... Calle de toscas y pozos. Al girar para tomar la senda que bordea la vía, supera otro rival y se apresta a “acechar” a los dos punteros, en este caso, los hermanos Reyes.

Superado el Cabezón, Eleisegui (o sea, yo) pasa a Gonzalo justo frente a la casa de Girou. Pero el problema es que sigue pedaleando con fuerza. Y no tiene frenos. Y el pequeño paredón que rodea a la casa de Elsita Martín se acerca tan rápidamente...

A lo lejos, la voz de Jesús lanza un desesperado “¡tiráte!” pero ya es demasiado tarde...

El golpe contra el muro hace que todos los vecinos de alrededor salgan a ver “qué carajo fue eso”. Medio dormida, Elsita se asoma a través de la puerta, al tiempo que los chicos que protagonizaron la carrera se ocupan de juntar lo que queda de mí y, seguido, sentarme en un banco. Tengo las manos peladas y los testículos en la garganta. Apenas puedo respirar. Tirada a un costado, la bici amarilla yace con la horquilla completamente doblada (más tarde, Florindo, el abuelo del Chalo, se ocupará de enderezarla para que mi vieja no se desquite con un par de sopapos)

El paredón sigue de pie. Y Elsita no deja de comentar “sentimos un ruido terrible; nos asustamos”. Sentado, con el pecho cerrado y los testículos a la altura del mentón, trató de reconstruir el momento previo al estruendo. Cómo me agarré fuerte al volante. Cómo cerré los ojos cuando vi que me la daba...

Pero ya está. El porrazo quedará para siempre en mi historia... Al igual que la victoria porque, no sé si dieron cuenta: al final gané la carrera.
Sí, ¡gané!

El eterno puente negro...

09 octubre 2006

Reflexiones de un hijo (Por Alan Ugarnes)

Yo quisiera compartir con todos los lectores, ese sentimiento que llevamos dentro y que siempre lo llevaremos hacia este lugar que nos vio crecer y nos brindó todo lo necesario para que hoy seamos lo que somos.

Sierra de la Ventana es lo más cercano al paraíso, para aquellas personas que disfrutan de la paz y la tranquilidad que en este sitio es moneda corriente.

Ya no es aquel pequeño pueblo en el cual salíamos salir con mis amigos a pescar, jugar al fútbol, o simplemente recorrer los lugares mas recónditos, en busca de nuevas aventuras, ajenos a todo lo que pasa en las grandes ciudades, sabiendo que nada nos podía ocurrir. El tiempo que todo lo cambia, fue haciendo de las suyas, y fue modificando su fisonomía, hasta convertirse en lo que es hoy en día.

Se podrán cambiar muchas cosas en él, pero los valores que ahí aprendimos y las historias que vivimos siempre quedaran grabadas en lo más profundo de los corazones de todos los que nos sentimos parte de el, de todos los que de una u otra manera fuimos aportando nuestro grano de arena, para lograr que siga siendo ese paraíso y que las nuevas generaciones puedan disfrutar de todo lo que este maravilloso lugar nos brinda a diario.

Espero que en un futuro no muy lejano yo también pueda volver a Sierra de la Ventana, porque sería volver a mis raíces. Y espero que todos aquellos que no tuvieron la suerte todavía de conocer este precioso lugar lo hagan, esa es la única forma de entender lo que estoy diciendo. Les dejo mis saludos a todos aquellos habitantes que lean esto y que me conozcan y no me extrañen que pronto los veré de nuevo...

Hotel Provincial, Sierra de la Ventana Febrero 2006 (Por Eugenia Cavallaro)

Las sombras empiezan a aparecer entre los cerros. Noche de verano en la que los grillos parecen coparlo todo…

Refresca a veces en Sierra de la Ventana, la brisa se levanta serena desde el sur, trayendo el hedor de la hierba que descansa. Se despierta el instinto.

El Hotel Provincial se levanta como un barco en plena fiesta. Todas las luces prendidas, el comedor imponente se ve entre los árboles a la vera del camino. Hay calma. Se escuchan las torcazas acurrucarse en sus nidos, y a algunos sapos, conmovidos por los regadores.
Todas las noches son especiales en ese clima, todo misterio serrano parece despendese al caer el sol, donde no hay mas ruido que el del propio silencio.

Hacer amigos y chocar las copas, compartir el vino blanco descorchado en la terraza y llenarse de gozo con solo mirar el monte…Disfrutar de lo sencillo.
Se multiplican las estrellas, pasan satélites, pasan luces.

La energía que emanan las rocas nobles se desprende y fosforece…La energía del momento. Llevar la charla hasta terrenos inesperados, saboreando el fruto de la vid con la lengua, los dientes y el paladar completo… Disfrutar a corazón abierto y ofrendar el alma a los dioses, para agradecer las noches de dulce insomnio.

El Tres Picos... desde el pueblo



El cerro Tres Picos, visto desde el balneario San Bernardo... (Imagen tomada del portal www.sierradelaventana.unlugar.com)

Un deseo...

Sin mayores pretensiones, este blog tiene como objeto crear un sitio común para aquellas personas que, por determinadas circunstancias, debieron trasladarse a otros puntos del planeta dejando atrás una historia -como reza el título de este espacio- esculpida en “ríos de roca y madera”. Forjada a la sombra de estas sierras... las mías (y las de cada uno de los que, de seguro, aportarán su fragmento a este rompecabezas)


Mi nombre es Patricio Eleisegui. Soy periodista. Soy escritor. Resido en Buenos Aires. Pero una vez viví en serio, y fue en un pueblo de poco más de 1.000 habitantes llamado Sierra de la Ventana. Casi 12 años. Desde los 5 hasta los 17 años. Pasaron la infancia y gran parte de la adolescencia...


Desde que me fui, en 1995, nunca dejé de pensar en volver. Y un día cumpliré con ese deseo. Mientras tanto, junto experiencias similares. Sueños anestesiados. Y personas que, como yo, añoran el rumor helado -en invierno- del río Sauce Grande...


El desafío es, entre todos los que lo deseen, dotar de nuevos colores al paisaje pero esta vez desde la distancia. Por eso, este blog estará siempre abierto a todos aquellos que quieran dejar sus miradas, sus anécdotas, sus anhelos, sus... Eso lo dejo a criterio de cada uno.

Ruta Provincial 76. Las sierras a un paso...



Imagen tomada del portal www.comarcaturistica.com.ar

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