10 octubre 2006

El día que me choqué el paredón de Elsita Martín (Por Patricio Eleisegui)

Convengamos que el golpe me hizo perder -un poco- la noción del año. Tardías, mis deducciones ubican la situación en la primavera de 1989 (o sus alrededores) Yo tendría... como 11 años. Tarde de calor en Villa La Arcadia (“La Villa...” para que los que vivimos alguna vez ahí) y un claro desafío: una carrera a través de las calles que rodean a la cancha de fútbol (ex Atlético Ventana si mal no recuerdo...) Los participantes que se me vienen a la mente: Gonzalo y Damián Reyes (el “Chalo” y el “Cabezón”) Jesús Montero (el “Jechu”) y, muy probablemente, Javier Girou (el “Terre”) todos ellos con bicicleta cross. Por mi parte, yo tenía una bici media carrera amarilla (muy fea, por cierto) Las malas voces decían que se trataba de una bicicleta “de mujer”. Pero bueno, no había otra... y peor, cuando uno es chico, es tener que andar a pata (haciendo uso del molesto “¿me llevás en el manubrio?”)

La largada estaba establecida justo frente a la casa de Héctor Girou (padre del Terre) llegábamos hasta la esquina que daba a lo de Elsita Martín y, tras pasar frente a La Romanina, doblábamos por la calle pegada al hotel Carlitos. Así, para luego doblar nuevamente hasta completar un cuadrado imperfecto (en Sierra, los caminos tienen medidas imprecisas)

Bien, plena recta y ahí quien aquí escribe -montado sobre una bicicleta sin frenos, olvidé decir- parte en último lugar... Luego, a la altura del Carlitos, supera a uno de sus contendientes... Calle de toscas y pozos. Al girar para tomar la senda que bordea la vía, supera otro rival y se apresta a “acechar” a los dos punteros, en este caso, los hermanos Reyes.

Superado el Cabezón, Eleisegui (o sea, yo) pasa a Gonzalo justo frente a la casa de Girou. Pero el problema es que sigue pedaleando con fuerza. Y no tiene frenos. Y el pequeño paredón que rodea a la casa de Elsita Martín se acerca tan rápidamente...

A lo lejos, la voz de Jesús lanza un desesperado “¡tiráte!” pero ya es demasiado tarde...

El golpe contra el muro hace que todos los vecinos de alrededor salgan a ver “qué carajo fue eso”. Medio dormida, Elsita se asoma a través de la puerta, al tiempo que los chicos que protagonizaron la carrera se ocupan de juntar lo que queda de mí y, seguido, sentarme en un banco. Tengo las manos peladas y los testículos en la garganta. Apenas puedo respirar. Tirada a un costado, la bici amarilla yace con la horquilla completamente doblada (más tarde, Florindo, el abuelo del Chalo, se ocupará de enderezarla para que mi vieja no se desquite con un par de sopapos)

El paredón sigue de pie. Y Elsita no deja de comentar “sentimos un ruido terrible; nos asustamos”. Sentado, con el pecho cerrado y los testículos a la altura del mentón, trató de reconstruir el momento previo al estruendo. Cómo me agarré fuerte al volante. Cómo cerré los ojos cuando vi que me la daba...

Pero ya está. El porrazo quedará para siempre en mi historia... Al igual que la victoria porque, no sé si dieron cuenta: al final gané la carrera.
Sí, ¡gané!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un aplauso por la victoria...
Despues veremos como agarras el trofeo...
Exelente anecdota... abrazo grande...


Ezequiel

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