30 diciembre 2007

Irene y Asee... (Parte II)


Agradezco profundamente a Vanesa Guerra Malmsten, directora de la revista Con-versiones, por dejarme reproducir el texto que sigue a continuación. La entrevista y la selección de textos de “A caballo por la vida” es obra de Nora Martínez, quien además editó el libro de Irene.


Juan Neddermann.
Jehová, hasta los cielos llega tu misericordia,
Y tu fidelidad alcanza hasta las nubes.

Era domingo de primavera en Buenos Aires. Las flores de los jacarandaes en el suelo formaban una alfombra lila y las que aún no habían caído de la copa de los árboles, competían con el azul del cielo.

Argentina, obligada por Estados Unidos a tomar parte en la Segunda Guerra Mundial, jugó del lado de los vencedores, olvidando la gran admiración que siempre había tenido por la disciplina y el orden de los alemanes.

El Club Alemán de Tenis daba su última fiesta antes de disolverse ya que ninguna propiedad de grandes magnitudes como colegios, clubes o estancias, podían quedar en manos de alemanes.

En ésa época todo acontecimiento social recibía el apodo de "último": la última fiesta, el último asado, el último baile... Hermann Brunswig, enterado del acontecimiento en el Club, insistió para que Irene concurriera, pero ella no conocía a nadie en ese lugar y se negaba dando excusas. Su padre no se dio por vencido e insistió varias veces, recomendándole que al llegar preguntara por el presidente del club, que le explicara que no tenía conocidos allí y le pidiera que a medida que fueran llegando los socios se los fuera presentando.

Esa mañana fue el sol el que terminó por convencer a Irene para asistir al club, pero no iba con intenciones de seguir los consejos de su padre porque para eso era muy tímida. Sin embargo cuando llegó, se encontró con un ambiente tan agradable que haciendo de tripas corazón, preguntó por el presidente. Le señalaron al hombre que estaba haciendo el asado, una persona de baja estatura, simpática, que le inspiró mucha confianza. Hacía allí se encaminó Irene y repitió las palabras de su padre, entonces le presentaron a todos los socios.

El asado desembocó en una fiesta muy divertida y se cantaron canciones tradicionales alemanas que Irene conocía muy bien y pudo entonar acompañada de su acordeón. Todo era fantástico, los caballeros se acercaban a ella con cordialidad, en particular un señor muy atractivo que se ofreció para acompañarla al bar del club. Irene aceptó su compañía y cuando comenzaban a intercambiar palabras y sonrisas, apareció una señora enojada que enérgicamente le dijo al caballero: "Rodolfo, ahora mismo vos y yo nos vamos a casa". Rodolfo se levantó y al pasar al lado de Irene le dijo en voz muy baja: "Como usted podrá ver, así es cuando uno está casado". Después de diez minutos Rodolfo reapareció sin su esposa, pero no era de los hombres casados de quién Irene esperaba cortesías.

Cuando se oyeron los primeros acordes de música y comenzó el baile, otro personaje se acercó para invitarla a bailar. Era buen bailarín pero parecía un bicho raro. Después de bailar algunas piezas, se ofreció para llevarla después del baile hasta su casa y como Irene no había pensado en el regreso aceptó; ella no sabía que más tarde estos planes cambiarían y su vida también.

Fue poco rato después, cuando Irene se acercó nuevamente al bar y su mirada se clavó en unos ojos celestes que también la observaban. El dueño de esos ojos, Juan Neddermann, le hizo señas para invitarla a bailar y desde los primeros pasos de baile pudieron llevar muy bien el compás y surgieron agradables temas de conversación. Charlaron sobre Puttkamer, un viejo conocido de los dos que vivía en una estancia a orillas del Río Aluminé e invertía sus pocos ingresos en botellas de whisky. Coincidieron en que cuando Puttkamer hablaba, apenas se le entendía porque tenía el paladar hendido y a raíz de esto Juan le contó a Irene una anécdota que involucraba a otro amigo suyo que también tenía el paladar hendido. Sucedió un día que se encontraron los tres y Juan los presentó, Puttkamer tartamudeaba al decir su nombre y el otro amigo de Juan contestaba de la misma manera. Los dos creyeron que el otro le tomaba el pelo y casi llegaron a trompearse pero Juan pudo aclarar la situación y evitar la pelea.

Bailando y envueltos en estas conversaciones, Juan e Irene pasaron juntos el resto de la fiesta y ella se sintió tranquila a su lado. Por fin encontraba un soltero agradable y cordial.
Al finalizar la velada, él le ofreció llevarla a su casa en auto y ella aceptó rápidamente pero al instante recordó que ya había aceptado un ofrecimiento anterior. Afortunadamente el otro festejante no volvió a aparecer y años después Irene se enteró que ése hombre era casado y que Juan le había pedido que le dejara el campo libre.

A Hermann le preocupó que su hija Irene, que nunca llegaba a casa después de las ocho de la tarde, llegara de madrugada y acompañada por un joven y como las salidas con Juan eran cada vez más frecuentes, acudió a un amigo suyo, Kurt von Simson, para conversar sobre el tema y preguntarle si era bueno dejar que el asunto siguiera adelante. La respuesta de su amigo lo tranquilizó, además su hija era una mujer de veintiocho años a la que ya no se le podían imponer reglas, ni hacer cambiar sus opiniones.

Juan e Irene se comprometieron catorce días después de conocerse y se casaron el 1 de marzo de 1947. Él era el hombre que Irene siempre había soñado. Transmitía mucha seguridad; era varonil, simpático, modesto y equilibrado. Sin embargo cuando detectaba una injusticia, golpeaba la mesa con el puño cerrado, actuaba sin temor, daba su opinión cara a cara y ponía límites. Juan era correcto, generoso y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.

En su actividad comercial tuvo mucho éxito porque tenía capacidad para el trabajo y era muy honrado.

Cuando estaban planeando la boda, el papá de la novia opinó que no era oportuno casarse en ese momento porque él no tenía dinero para un ajuar, ni para la fiesta, ni para las flores en la iglesia, pero Juan Neddermann no necesitaba del dinero de su suegro. Una tarde llevó a Irene a la tienda Harrod's de la calle Florida de Buenos Aires y le compró un vestido corto blanco con apliques de broderie.

Compró los muebles y una alfombra; alquiló casa y organizó todo lo necesario para celebrar un casamiento. Juan Neddermann sorprendió a su novia con una fiesta de compromiso en casa de sus amigos, los Himmelreich, a la cual asistieron todos sus allegados para conocer a la prometida. Esa noche Irene se había puesto un vestido rojo y se sentía en el mejor de los cielos.

La mayor parte de los gastos los afrontó el novio con un préstamo de su amigo Levin así que la boda fue sencilla pero inolvidable. No había flores en la Iglesia, dos arbustos deshojados adornaban el altar y evitaron todo lo suntuoso porque costaba un dinero que ellos no tenían.


Para acceder a la primera parte de este relato de vida ingrese aquí: Irene y Asee... (Parte I)

23 diciembre 2007

Distancias... (Imagen tomada por Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora)

Uno de los tramos más emblemáticos de la senda que cruza la Comarca de Sierra de la Ventana. Bosque que intercambia señas con un pavimento en blanco y negro...

A lo lejos, emergiendo de los árboles, el cerro Bahía Blanca... La fotografía es obra y gentileza de Andrés Rezzano.


16 diciembre 2007

Irene y Asee... (Parte I)


Hace ya unos meses, en una de mis acostumbradas excursiones por Internet, di con una revista que había publicado un reportaje y una reseña del libro “A caballo por la vida”, escrito por Irene Brunswig de Neddermann.

Qué decir, superada la emoción inicial al descubrir el relato de vida de quien, junto a su hermana gemela Asee, compone una de las personalidades más simbólicas de Sierra de la Ventana, puse en marcha todos los mecanismos a mi alcance para obtener el permiso que me permitiese colocar este contenido en el blog.

Para mi suerte, recibí la autorización y por ello mismo quisiera agradecer profundamente a Vanesa Guerra Malmsten, directora de la revista Con-versiones, por dejarme reproducir el texto que sigue a continuación. La entrevista y la selección de textos de “A caballo por la vida” es obra de Nora Martínez, quien además editó el libro de Irene.

“‘Allá en la patagonia’ es un libro que cuenta la historia de la familia Brunswig. Familia que huyó de la guerra para radicarse en Argentina. El libro recopila la correspondencia que la Sra. Brunswig le enviaba a su madre (abuela de Irene) desde las lejanas tierras. La Sra. Brunswig llegó a la patagonia con sus tres hijas, la mayor, María, quien hizo la selección de las cartas volcadas en el libro y las gemelas Asse e Irene.”

”Irene es el ángel con quien tuve la posibilidad de conectarme. Irene es pura luz, cuando uno la escucha, le surgen esas impostergables ganas de invitarse a su casa y dejarse llevar por el susurro de su dulce voz entonando el viento. Sus ojos claros, expresivos, nos hacen suponerla en la plenitud de la vida y seguramente no estamos errados.”

“Un encuentro casual e infinito la alojó en mi corazón. Irene es magia y paz. Vivió confundida durante mucho tiempo pero nunca se venció. Su fortaleza hizo que hoy pueda seguir tocando su acordeón y cantándole a la vida. La humildad y sencillez la acompañan y eso es lo que tal vez le permitió reponerse en los momentos más difíciles. Ella buscó todo el tiempo y sigue buscando porque un futuro la espera y porque aún queda mucho por hacer.”

Nora Martínez.

Mirando hacia atrás

Los ochenta y tres años de una vida plena van quedando atrás y lo que vendrá está escrito en las estrellas, pero sé que el encanto y el valor de la vejez radican en mirar hacia atrás y poder decir que ha sido un regalo del Dios del cielo, haber crecido y haber vivido feliz.

En mis días jóvenes tenía el presentimiento de que la vida podía ser muy dura cuando no se contaba con una personalidad firme y esa fue mi lucha, alcanzar un temperamento fuerte que me ayudara a progresar tanto como nunca hubiese imaginado, y tratar de fortalecerme cada día, me amparó del falso orgullo, de la arrogancia y de la vanidad, haciéndome ver que las personas muy a menudo somos poca cosa y que si creemos estar en la más alta cima, podemos terminar desbarrancándonos en un abismo.

Alemania, La Patagonia, Mendoza, Buenos Aires y ahora Sierra de la Ventana son los lugares donde he residido, pero también he conocido otros sitios donde he podido vivir las más lindas experiencias.

Mis padres, mi hermana mayor, mi inolvidable gemela, mis hermanos, mi marido, mis hijos y un amplio círculo familiar, sumado a innumerables amigos y a mis fieles caballos, me han dado tantos momentos de felicidad que pude finalmente superar mis angustias.

En estos días me siento muy alegre y puedo afirmar que mi vida sigue siendo plena y llena de aventuras, aunque ya no sea una niña y no viva en la Patagonia.

Irene Brunswig de Neddermann

Diciembre de 2000


Contraste... (Imagen tomada por Darío Ranocchiari, de Italia)

Girasoles de luz apagada en una de las llanuras que anteceden al Tres Picos. Atrás, la cima del cerro se oculta bajo la nieve que simula una nube.

La foto pertenece a Darío Ranocchiari, de Roma, Italia, quien gentilmente cedió el registro para que sea publicado en este espacio.

El Abra... (Imagen tomada por Héctor Daniel Díaz)

A un paso del Abra de la Ventana... la ruta doblega a la roca y penetra entre sus pliegues en un rito que se repite con cada sol.

A veces hay silencio. A veces la sierra reclama por esa piel lastimada sin permiso...

La fotografía es obra y gentileza de Héctor Daniel Díaz.

10 diciembre 2007

Hornero... (Imágenes tomadas por Ricardo Caba, de Villa La Angostura)

Esta obra es más que elocuente... Y aunque también podría agregar cientos de apreciaciones, prefiero hacer eco de las palabras del amigo Ricardo Caba, autor de las fotografías:

"Furnarius rufus: ave nacional de Argentina, conocida popularmente como hornero".

"Es famosa por la construcción de su nido de barro como un hornito. Sierra de la Ventana, pampa argentina".


01 diciembre 2007

Rodar de pastos... (Imagen tomada por María Eugenia Utgés)

Mar de fardos que acarician el sol en silencio. Detrás, la muralla que esconde campos. Y esquiva cicatrices de alambre púa. La fotografía es obra y gentileza de María Eugenia Utgés.

26 noviembre 2007

Filmación de "El Frasco"... (Imágenes enviadas por Leonardo Beli y Carolina Scarfi)


Hace muy pocos días, Darío Grandinetti visitó Sierra de la Ventana con motivo de la filmación de la película "El Frasco", de Alberto Lecchi.

Nótese como el cartel de la estación de trenes de Sierra aparece cubierto con la inscripción "Saldungaray" por cuestiones claramente cinematográficas.


Aquí, Grandinetti en el hotel Belvedere... Y luego pasando frente a la carnicería de la familia Martínez, sobre la avenida Roca.

Grandinetti no estuvo solo en la Comarca. Muy por el contrario, fue secundado por Leticia Brédice y Martín Piroyansky.

Estas imágenes son gentileza del gran Leonardo "Lelo" Beli, quien las acercó a este espacio previa cortesía de Carolina Scarfi.

Lavandas... (Imagen tomada por María Laura, de Buenos Aires)

"En esta estancia cultivan lavandas... era primavera...", comenta María Laura, la autora de esta fotografía, en su espacio web. Y sus palabras son testimonios suaves de perfume. De tonalidades que visten de renacer a las sierras...

Seguramente María Laura se refiere a El Pantanoso, establecimiento ubicado a 20 kilómetros de Sierra de la Ventana en el que, además de lavanda, se cultivan hierbas aromáticas como el romero o el tomillo.

17 noviembre 2007

El Ercoupe... (Enviado por Marina Martínez)


Dicen que pasaron varios años... ¿Cuántos? Demasiados. Y no tantos. El avión fue tomando forma y color al abrigo de un galpón ávido de hélices en marcha y pilotos curiosos del cielo serrano. Silencioso, el Ercoupe dormitaba cual cimarrón sin jinete. Y abrazaba un sueño ajeno bajo el techo del Aero Club Saldungaray.

Ese sueño era de muchos. Tantos como toda una familia. Piloteada por Beto. Comandada por Marta. Y el anhelo era que ese Ercoupe se perdiera entre las nubes de una vez, como bien lo cuenta Marina, con un dejo de emoción que puedo dibujar a la distancia: “Yo lo acompañaba pero todos lo hacíamos, y pensábamos por dentro ‘¿podrá volar algún día?’”.

Y un día, quitándose esa espera de años como si fuera una ropa que ya le quedaba chica, un abrojo molesto en un pulóver nuevo, Beto dijo “estamos listos”. Alguien asintió con la cabeza y disimulo el nudo orgulloso en la garganta. Los Martínez estaban listos.

“Vamos a ‘Saldunga’, hay que probarlo...”.

Fueron todos. Beto y Marta carretearon el sueño de toda una familia. Mientras los ojos de un pueblo testigo de ilusiones en el aire apenas podía adivinar los nervios de Marina. Pero ahí va el Ercoupe de los Martínez. Con ganas de estirar las alas luego de un letargo prolongado...

“Cada fin de semana, cuando el bolsillo lo permite, compramos unos litros del ansiado combustible. Y salimos por el aire”, comenta Marina, con la tranquilidad que dan los deseos cumplidos. Y luego, casi como distraída, me dicta estas preciosas líneas... me hace parte de ese primer vuelo...


Mirada... (Imagen tomada por José Natalini)

Entramado de río y árboles, que se desdibuja desde la cumbre. La fotografía es obra y gentileza de José Natalini.

11 noviembre 2007

Don Gil Quinto Malaspina...

En una de mis acostumbradas travesías por la web, y mientras me ponía a tono con las últimas novedades periodísticas del pueblo, me topé con un artículo de La Nueva Provincia muy interesante sobre Sierra de la Ventana.

La nota, bastante escueta para variar, daba cuenta de la nueva señalización de la avenida Julio Argentino Roca, que acaba de ser rebautizada con el nombre de Gil Quinto Malaspina.

Más allá de la alegría por suprimir toda referencia a Roca, genocida comprobado, (todavía me parece increíble que existan calles con su nombre y se lo siga señalando como un héroe por haber masacrado a miles de indígenas) me parecieron dignos del aplauso los argumentos por los cuales la mencionada avenida pasó a tener otro nombre.

“La imposición del nombre de Gil Quinto Malaspina a la avenida responde -según la ordenanza aprobada por el Concejo Deliberante de Tornquist- ‘a la necesidad de otorgar un merecido reconocimiento a aquellas personas que supieron valorar y comprometerse con nuestra región’”, publica el matutino.

“El señor Gil Quinto Malaspina fue uno de los primeros colonos en la localidad de Sierra de la Ventana, y uno de los primeros empresarios más importantes del lugar, debido a que construyó el Hotel Velvedere, e instaló una despensa de ramos generales con el único servidor de nafta y la primera panadería con horno”, agrega.

Por otro lado, y según La Nueva Provincia, Gil Quinto Malaspina cedió a la comuna las tierras en las que “se construyó la sala de primeros auxilios, y en su momento efectuó una gran donación de materiales para la escuela primaria”.

Este reconocimiento a uno de los primeros pobladores de Sierra de la Ventana, a mi criterio, debería ser un ejemplo continuado. Principalmente, por lo significativo de los aportes que han hecho a la historia viva del pueblo. Aportes que, sin dudas, forman parte del camino personal de cada uno de los que somos hijos –por nacimiento o adopción– de la localidad.

Prueba de ello fue recordar que la primera vez que fui a Sierra de la Ventana, de vacaciones y antes de que mi familia decidiera radicarse allí, nuestra vivienda ocasional fue una cabaña llamada Malaspina...

Rememorar que luego, a los 10 años y en compañía de mi gran amigo de la infancia, Emiliano Fernández, tomábamos clases de inglés en el Belvedere (que para mí se escribe con “B” y no como publica el diario bahiense). El mismo lugar que luego dio lugar a uno y mil boliches bailables.

Y que mi hermana menor, María Sol, nació en esa sala de primeros auxilios que se levantó sobre las tierras cedidas por Malaspina. Sala en la que trabajó mi mamá, enfermera de pura cepa. A la vuelta de la escuela primaria en la que pasé la mejor infancia posible.

Estoy seguro que Gil Quinto Malaspina nunca imaginó lo que le deparaba el tiempo...


Las imágenes publicadas en esta entrada son obra de mi mujer,
Carla Serafini.

La nueva oficina de Turismo... (Enviadas por Marina Martínez)


Sierra de la Ventana tiene nueva oficina de turismo. Y su tono rústico viene a reemplazar la tradicional dependencia ubicada en Roca 15, junto a la Delegación Municipal.

Las imágenes publicadas en esta entrada, y que dan cuenta de las nuevas instalaciones, son gentileza de Marina Martínez.

04 noviembre 2007

Paso de las Piedras

Espejo esculpido. Playa azulada de cerros eternos. El lago Paso de las Piedras, ubicado al extremo sur de la Comarca de Sierra de la Ventana, atrae a turistas y pescadores confiado en sus 4.000 hectáreas de superficie y 28 metros de profundidad máxima.

Hijo del río Sauce Grande y el arroyo Divisorio, de llantos de firmamento y vertientes, Paso de las Piedras es refugio natural de truchas y pejerreyes (aunque estos últimos son los que más abundan).

Su extensión alimenta las necesidades líquidas de Bahía Blanca y Punta Alta. Pero para los enamorados del lago, Paso de las Piedras significa mucho más: es un cuerpo potable rodeado de murallas de junco y piedra.

Y un habitante agreste que espía la vejez de las sierras más enanas. El lago murmura desde su inmensidad una historia común de paisajes que son herencia de otro tiempo. Abre los brazos. Aguarda las lluvias. Impone respeto...

Las imágenes publicadas en esta entrada son gentileza del amigo Agustín Moreno.


Girasoles... (Enviada por Agustina Montecino, de Bahía Blanca)

De espaldas al cerro Tres Picos, los girasoles pueblan un campo cercano a Saldungaray. Nótese cómo la altura más importante de la provincia de Buenos Aires suma un cuarto pico... Vista que sólo se obtiene desde la localidad mencionada y Frapal.

La fotografía en cuestión es un gentil aporte de Agustina Montecino, de Bahía Blanca.

28 octubre 2007

Virgen de Fátima

Apenas conocido por la enorme cantidad de turistas que año a año recorren las localidades de la Comarca de Sierra de la Ventana, el santuario de la Virgen de Fátima se alza en la villa serrana La Gruta. (La imagen superior pertenece al portal ComarcaTurística.com.ar)

Dicha localidad se ubica a 29 kilómetros de Sierra de la Ventana y camino a la ciudad de Tornquist.

En La Gruta los visitantes podrán dar con una capilla y una iglesia que, emplazadas en las sierras, tienen como fin homenajear a la Virgen de Fátima.


Con relación a imagen sagrada emplazada en la capilla, la representación fue traída a la Argentina –proveniente de Portugal– por Antonio López de Oliveira, en 1960.

La fotografía publicada arriba, y que ilustra un instante del recorrido rumbo a la Virgen fue tomada por Leandro Amato, de Buenos Aires.


Las Vertientes... (Imagen tomada por Fabiano Goldoni, de Brasil)


Un descanso en plena travesía de Mountain Bike. Y el cartel que habla por sí solo... La fotografía es obra de Fabiano Goldoni, de Brasil.

22 octubre 2007

Fuego... (Imagen tomada por Diego Castarés, de Bahía Blanca)

Impactante. Combinación inquietante de fascinación y tragedia. Fuego que devora los cerros...

En la imagen, el resultado de uno de los tantos incendios que, intencionales, suelen azotar a la Comarca de Sierra de la Ventana cada verano.

La mano estúpida del hombre, siempre presente... Pero por fortuna, también existen los buenos.

Y ejemplo de ello son los denodados esfuerzos de los bomberos voluntarios que, valientes al extremo, cada año derrotan sin piedad a las llamas.

La fotografía, una auténtica muestra de arte con inobjetable valor periodístico, es gentileza de Diego Castarés.


Verano en Saldunga... (Imagen enviada por Ana Salvadori, de Bahía Blanca)

Año 2003. A continuación, las palabras de Ana Salvadori, quien envío la foto para que sea publicada específicamente en este espacio:

"Acá va una foto de nosotras. Es del 2003, así que ya tenemos más canas, menos vacaciones, muchas menos salidas de sábados, más responsabilidades y complicaciones... pero la misma amistad".

"Abajo desde la izquierda: Mara, Julio Aspiro, y la Cachi. Arriba, Laurita y yo. Noche de verano fresquita en Saldungaray, cuando el parador del Vaca se atiborraba de gente...".


Pastando... (Imagen tomada por Pablo Curras)

Expresividad en blanco y negro. Tranquilidad de caballos a la sombra de alambrados y pastos blandos. Esta imagen, un testimonio de la paz serrana, es obra de Pablo Curras.


13 octubre 2007

Reflejo... (Imagen tomada por Marcelo Braz, de Buenos Aires)

Otra vista del balneario El Dique de Sierra de la Ventana. Amplio de aguas, la mansedumbre de la imagen nada dice de las crecidas que cambian su rostro en épocas de lluvias prolongadas.

Protagonista eterno de veranos, en invierno sueña el silencio de los que duermen con el frío. La fotografía es obra y gentileza de Marcelo Braz.


Fuente del Bautismo... (Imagen tomada por Leonardo Beli)

Tesoro escondido de las sierras. Escenario de una y mil leyendas. La Fuente del Bautismo encierra, en su murmullo líquido, el testimonio mudo de otros tiempos y otros habitantes. La fotografía es gentileza de Leonardo "Lelo" Beli.


A través de las nubes... (Imagen tomada por Rolando, de Buenos Aires)

Viaje a la cumbre del cerro Ventana. Y al mirar hacia abajo, el mundo. Que se despeja como una auténtica ensoñación. Rolando pudo percibirlo... y atestiguarlo a través de esta imagen de singular belleza.

07 octubre 2007

Eramos tan chicos... (Enviada, desde La Plata, por Lorena Schena)

Año 1994. Como era costumbre en el colegio Fortín Pavón, alguna que otra vez nos escapábamos de “retiro espiritual” por unos días. Obviamente, a nosotros la propuesta nos servía como excusa para eludir las típicas obligaciones escolares y, al mismo tiempo, disfrutar de la etapa más gloriosa de la adolescencia en compañía de los mejores amigos que uno podía tener.

La imagen publicada da cuenta de uno de esos momentos. Retiro espiritual en “la casa de las monjas”, plena Villa La Arcadia. A mí la ubicación me venía como anillo al dedo: acampábamos a 5 cuadras de mi casa. Y cuando la comida no me seducía, adivinen en qué lugar almorzaba...

En esa oportunidad, y como no podía ser de otra forma, los varones estuvimos todos juntos en una sola carpa. No faltaron: petacas con alguna bebida espirituosa, cigarrillos y cartas para jugar al truco. Y así se nos hacían las 6 de la mañana: encerrados, “quiero retruco”, y un humo que nos cegaba la vista...

En la imagen, de pie, y de izquierda a derecha: Pablo Cleppe, Fernando Ramos (profesor de religión del Fortín), Darío Lemos, Patricio Eleisegui, Gastón Waiman, Valeria Cleppe y Mariela Giorgetti.

Hincados, de izquierda a derecha: Ramón (por entonces, cura párroco de Saldungaray y Sierra de la Ventana), Walter “Pollo” Irigoyen, Romina Carrizo, Lorena Schena, Marina Martínez (semi agachada) y María de la Paz Quintana.


Golf Club... (Imágenes tomadas por Sofía Bianchi, de Bahía Blanca)


Escenas luminosas del Golf Club de Sierra de la Ventana. Magia en 18 hoyos que excede a la mera práctica de un deporte. La naturaleza por encima de todo...

Las fotografías son un gentil aporte de Sofía Bianchi.

Cumbres por un sueño de verano - Parte III-Final- (Por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)

El amanecer, soleado, nos mostraba un gran colchón de nubes por debajo del nivel de nuestra morada. Parecía hecho con capullos de algodón. Esa situación momentánea me invitaba a soñar despierto. Me tiré sobre la bolsa de dormir e inventé mi sueño: Yo permanecía acostado, cara al cielo, con mis manos entrelazadas colocadas debajo de mi nuca, y una pierna sobre la otra a lo largo del colchón. Los ojos bien abiertos y los oídos muy atentos para mirar y escuchar el recital celestial que estaba por brindar Elvis Presley a miles de Ángeles vestidos de blanco, que lo ovacionaban constantemente agitando miles de pañuelos blancos. Ellos saltaban enfervorizados haciendo ondular aun más el capullo blanco en el cual estábamos flotando y que me producía una sensación única e irrepetible. Entonces, de repente apareció Elvis vestido todo de negro y allí empezó la histeria colectiva. Los Ángeles se abrazaban entre si, lloraban y vitoreaban a la “Pelvis Presley” y yo no podía ser menos. Estremecido hasta los huesos me abrazaba con todos y cada uno. De repente, silencio total, increíble. Sonaron los instrumentos, los primeros acordes, y Elvis abrió el recital cantando “always on my mind”.
Sin darme cuenta empecé a cantar, susurrando apenas “maybe I did not love you…”,
cuando Claudio, que venía del patio cámara en mano, me dijo:
- ¡Chegu, este paisaje es para volverte loco… dan ganas de soñar despierto!
Dejé el sueño y volví a la realidad.
El Napostá, al lucir su cumbre por encima de las nubes, aparentaba tener más altitud que la real. Se magnificaba. Mientras encendía el calentador para prepararnos un desayuno caliente no podía dejar de mirar hacia los capullos de algodón.
Abrumados por el desarraigo que nos ocasionaba partir de nuestro terruño, dejamos la casa en orden y nos fuimos con equipo ultra liviano.
Al cabo de media hora de nuestra partida por la pared norte, estábamos besando la cumbre del Tres Picos pero sin detenernos seguimos hacia Cerro de la Carpa.
Bajamos por un laberinto rocoso que nos demandó más tiempo y seguimos por un callejón que desciende hacia el sur y nos aceleró el ritmo. De los 1243 metros del Tres Picos bajamos a los 866, punto más bajo antes de la cuesta, y después, una vez en la cumbre del Cerro de la Carpa, medimos 1072msnm.
No encontramos Apacheta, solamente un montículo de piedras muy grandes marcando el punto más alto del cerro.
De plato principal tuvimos un par de “milangas” y de postre barras de cereales. Mientras descansábamos nos hidratamos convenientemente. Una vez terminada la sesión de fotos testimoniales nos fuimos en busca del Refugio construido en el mismo cerro, a cien metros de la cumbre en dirección al este. El mismo refugio que yo tantas veces había visto claramente desde la cima del Tres Picos y que siempre llamaba poderosamente mi atención.
Allí lo teníamos, estaba al alcance de la mano, impecable. Y yo sabía quien era el responsable de que estuviera así. Esteban, “el ruso”, quien era un apasionado del Cerro de la Carpa y de la montaña toda. Él lo había reconstruido con esfuerzo y sacrificio después del destrozo y abandono que había sufrido. Él se había deslomado llevando desde el llano chapas, tirantes y todo lo necesario para dejarlo habitable. "¡Qué pinturita de Refugio se armó Esteban!" -me dije para mis adentros- “Loable acción y emprendimiento”
Estuvimos contemplando el patio, generoso y sin límites, y después de merodear un par de horas regresamos sobre nuestros pasos hasta llegar nuevamente al Tres Picos. Ésa vez habíamos logrado la cumbre por la pared sur, la que usualmente hacía “el ruso”.
En la cumbre descansamos y aprovechamos a ventilar nuestros cansados y "ardientes" pies. Las botas estaban siendo duras, pesadas y muy abrigadas para esa estación en montañas de esas altitudes.
Con los pies como empanadas regresamos al hogar, dulce hogar, y devoramos, cual hormigas, la provisión de boca que nos quedaba en depósito. No era para menos.
La modorra, originada por la ingesta rápida y voraz que habíamos tenido, hizo que nos tiráramos en el jardín, sobre el copioso pastizal serrano, cual leones después de un atracón. No llegué a dormirme pero estaba con la mirada perdida en el paisaje, escenario ancho y largo, profundo e increíblemente cautivante para mis ojos, cuando de repente Claudio me sobresaltó.
- ¡Chegu... estás requemado! -dijo como sorprendido.
Lo miré y no sabía si me estaba "cargando" por mi piel morena natural o me lo decía con sinceridad. Mientras preparaba mi respuesta le hice un estudio visual y comprobé que él también estaba muy quemado por el sol. De ahí surgió mi respuesta y pregunta a la vez.
- ¡Vos también!... ¿y, qué tal?, ¿qué te pareció la paliza bajo el sol?
- ¡Bárbaro! ¡Me siento perfectamente bien!
- Entonces emprendamos la retirada que ya es hora –le dije a la vez que me incorporaba lentamente tratando de no aplastar la Festuca Ventanicola que tenía al costado.
Armamos las mochilas, dejamos la “casa chica” sin contaminantes, e iniciamos la cuenta regresiva. Pasamos otra vez por el piletón a colectar agua y encontramos el chorrillo con el caudal un poco más flaco que el día anterior. Pero el preciado tesoro que traía era de un valor incalculable.
Antes de reanudar la marcha, mi compañero de escalada me dijo:
- Chegu, me voy asombrado y sorprendido de todo lo que he visto, las vivencias, que sé yo… lo que me hizo sentir la montaña no tiene precio.
- Por toda respuesta hice silencio y nos dimos un largo abrazo. Él sabía que yo, asiduo visitante de las sierras, pensaba y sentía lo mismo que él.
Mientras bajábamos, aquel 14 de Marzo de 2004, supe que Claudio había dado el paso más importante en relación al viaje a Vallecitos: había tomado la decisión de ir. El resto, es otra historia.


Agustín Moreno
el.chegu@gmail.com


29 septiembre 2007

23 de Septiembre: nevada... tras los pasos de Darwin (Por Piti Olague y Agustín Moreno)





"Todo el grupo de excursionistas que se sumaron al desafío del 23 de Setiembre en el Cerro Tres Picos, del cual participé como guía ayudante, la nevada que se dio mientras bajábamos, le dio un toque extremo a la aventura", explica Piti Olague, creador del registro en video, en su blog Capturando Luces. La fotografía posterior, y a la cual describe Olague, es obra de Agustin Moreno.

La iniciativa que reunió a estos intrépidos aventureros adoptó el nombre de “Tras los pasos de Darwin”. Y la referencia al célebre naturalista resulta casi obvia: durante su etapa de investigaciones en esta parte del mundo, Charles Darwin desafió con éxito la cumbre del emblemático cerro Tres Picos.

Devenir del viento... (Imagen enviada por Ana Salvadori, de Bahía Blanca)

"Mañana habrá viento", fue el disparador de esta fotografía. "Fue ver el cielo y tratar de plasmar esa imagen en la foto", según su autora.

El registro es obra y gentileza de Ana Salvadori, de Bahía Blanca.

Cumbres por un sueño de verano -Parte II- (por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)


Ahora estábamos con Claudio en otra estación estival. En ese momento faltaban pocos días para que terminara el verano, y ese 13 de marzo de 2004 se despedía con mucho calor y nuestros cuerpos lo notaban. Por eso mismo, antes de salir de la garganta, nos refrescamos con el agua contenida en la pileta.
Mientras Claudio se refrescaba me preguntó:
- ¿Y si no hubiésemos encontrado el chorrillo que hubiéramos hecho?
- Lo más recomendable es colectar agua de éste lugar y hervirla. Mientras se enfría se puede tomar alguna infusión caliente y nos vamos hidratando. Si no se ve muy contaminada por insectos o renacuajos muertos o algún otro tipo de basura se puede tomar agregándole unas gotitas de hipoclorito de sodio, popularmente conocida como lavandina o lejía. Una alternativa sería caminar hasta La Pipa, una profunda olla que generalmente tiene su capacidad cúbica con disponibilidad suficiente de agua y no está muy lejos. Otra alternativa es el agua de los arroyos que están más al llano, porque a mayor altitud menor posibilidad de encontrarla. Pero quien conoce las quebradas a fondo sabe que hay muchas fuentes de agüita salvadora. Eso sí, hay que saber caminarlas.
- ¡Imagino lo duro que debe ser, extenuante y fastidioso!, ¿no, Chegu? -dijo Claudio.
- ¡Sí señor!, estás perfectamente acertado en tu apreciación. Ninguna duda que es así. Pero a veces no queda más remedio que hacerlo. Lo lindo es que cuando estás en una expedición organizada no todos van por el agua, lo hace solamente un pequeño grupo, los más aptos y con mejores condiciones físicas. Al regreso, los que se quedaron hacen mil preguntas y los aguateros eventuales, sobre todo los novatos, se sienten bardos y cuentan las alternativas poéticamente, y de paso, cada uno agrega su propia fantasía.
Una vez repuestos y aliviados retomamos el sendero subiendo a paso lento. Miramos la Cueva de los Guanacos, “la casa grande”, y vimos que estaba deshabitaba. Giramos al sur enfilando hacia el Tres Picos y nos fuimos alejando de ella. Arribamos al Bote en menos de media hora y allí nos desviamos unos metros hacia el saliente para ir directo a Nido de Águilas.
Encontramos la cueva en perfecto orden y limpieza. Nos quitamos el peso de la espalda y sentimos que flotábamos al igual que las Águilas Moras en las corrientes térmicas.
Nos sacamos la ropa húmeda y el calzado que estábamos estrenando, ciertamente pesado, pero que queríamos ir "ablandando" para andar cómodos en Vallecitos. Otro alivio más.
Desde el jardín veíamos, al norte, la Cueva de los Guanacos y el Cerro Ventana con sus ocho picos bien demarcados. Más cerca de nosotros, el Cerro Napostá con su larga y no tan vertical arista sur estribando en los anfiteatros macizos de la Quebrada del San Diego. Después nuestro panorama se acotaba porque estábamos rodeados, casi abrazados, por vastas laderas que eran parte de la pirámide del Tres Picos. Estábamos alojados en las propias entrañas del techo de los bonaerenses y no podíamos percibir otra cosa más que calidez.
Un llantén se mostraba bien al borde de la terraza y unos metros más arriba una roca aplanada parecía querer venirse abajo. Era como que dudaba de caer o no. No temí por su postura pues la conocía desde hacía muchos años atrás y siempre había estado allí, bien firme.
Nos instalamos en la sala y acondicionamos el piso tendiendo los aislantes y las bolsas de dormir que quedaron en condiciones de ser ocupadas cuando nos cubriera la noche.
Pasamos otra vez al magnífico patio y allí colgamos la ropa mojada por la transpiración en las rocas que aun recibían los rayos del sol.
Cuando ya nuestros estómagos nos dieron la señal química del hambre improvisamos, como siempre se hace en la montaña, una mesa y nos dimos un banquete con salamines, queso, y otros comestibles que se vuelven más apetitosos y deseables cuando uno los come en la montaña. De intrusos teníamos a un par de chingolitos que, saltito va saltito viene, se iban comiendo las miguitas y restos de galletitas que caían al piso.
Cuando se apagó la luz solar encendimos el farolito y nos calzamos las linternas frontales para alumbrarnos cuando tuviéramos que "demarcar nuestros territorios" en los alrededores.
Las toallitas húmedas de bebé estaban en un punto de encuentro fácil para cuando las necesitáramos o decidiéramos darnos “un baño”. Hervimos agua y nos preparamos infusiones que tomamos pausadamente para una mejor hidratación.La noche, típica de verano, nos agasajaba con un espectáculo digno de no perderse: arriba un cielo completamente estrellado que parecía reventar por lo cargado. Abajo, cientos de luciérnagas volaban con sus luces intermitentes que parecían bailar al compás del canto de los grillos y sapitos de las sierras, y el croar de infinidad de ranitas. Por fortuna, la carencia de mosquitos nos hizo disfrutar mucho más del espectáculo nocturno.


Agustín Moreno.

22 septiembre 2007

Guardián de las vías... (Imagen tomada por Nacho y Caro, de Bariloche)

Sin dudas, uno de los íconos de Sierra de la Ventana. El emblemático y eterno puente negro sobre el río Sauce Grande. No faltan las historias y leyendas a su alrededor.

La más repetida: que sobrevivió a un bombardeo aéreo en épocas de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, allá por 1955. Y que en su parte superior guarda heridas aún visibles de ese ataque...

Esta imagen es gentileza de Nacho y Caro, de Tierra Mágica Bariloche.


De setas y sombreros... (Imagen tomada por Pablo Damonte)

La tierra húmeda que da paso a una y mil formas de vida. En este caso, una pareja de hongos que se alza, orgullosa, sobre la hojarasca serrana.

La imagen es obra y gentileza del fotógrafo Pablo Damonte, radicado en Galicia, España.


Cumbres por un sueño de verano -Parte I- (por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)

El asado había estado bastante sabroso y generoso. Enrique, anfitrión esa vez, esmerándose como lo hacía habitualmente, nos había dejado satisfechos con su arte gastronómico. Por eso con Claudio, antes de los postres y degustando un buen vino tinto, surgió el siguiente diálogo:
- Me convenciste Chegu, si veo que llego en buenas condiciones físicas te acompaño a Vallecitos.
- Sabía que te prenderías. Vas a ver lo bonito que es el Cordón del Plata y lo singular de la ciudad de Mendoza.
- Quiero tantearme, porque si bien el Tres Picos es algo exigente, me gustaría probar mi rendimiento caminando un par de días para ver mi progreso.
- Ningún problema Claudio. Intentaremos 3 cumbres en 2 días pernoctando en una cuevita espectacular!
- ¿Cuánto me dijiste que era la altitud?
- Dicen los mendocinos que mide alrededor de los 4450msnm y lo vamos escalar al segundo día. Primero haremos La Cadenita.
Las cartas estaban echadas. Si todo anduviera bien con la puesta a punto, nos iríamos a Mendoza a intentar, junto a nuestros maduros sueños juveniles, algo más que una cumbre. El vínculo que habíamos logrado con Heber Orona, y a través de él con sus amigos montañistas, nos facilitaría sobremanera la posibilidad de éxito.
El deseo de “medirse” de Claudio no era descabellado. Caminar un par de días la montaña haciendo noche en ella sin la comodidad propia del hogar le vendría bien para probarse y ver su reacción ante las adversidades que pudieran surgir estando al aire libre.
El asado con amigos y el buen vino era cosa del pasado. Ahora estábamos en plena ejercitación en terreno serrano. El sol pegaba fuerte y nuestra transpiración, en contacto con la suave brisa, nos refrescaba y nos aliviaba, pero teníamos que conseguir agua para hidratarnos convenientemente. Subir la montaña no sólo era empeño y voluntad. Necesitábamos agua para mantener energía y en ese momento se nos estaba agotando. También iba a ser necesaria para consumir en la cueva durante la cena, el desayuno, e indispensable para la marcha del día siguiente.
Habíamos dejado atrás el Cordón de Vacas y nos encontrábamos en plena Pampa de los Guanacos vislumbrando la Naciente del San Diego, entonces hice un alto y le dije a Claudio:
- Bajaremos a las piletas a ver si tenemos la suerte de encontrar agüita fresca.
- ¿Te parece que habrá? Mirá que está todo seco-seco reseco, eh!
- Habitualmente se encuentra, pero no podremos saberlo hasta estar en el lugar.
A pesar de bajar lentamente por lo barrancoso del terreno, en pocos minutos estábamos en el piletón formado al pie de una pequeña garganta que contenía agua, escasa y estancada. Pero un chorrillo flaco y pobre que bajaba por los desniveles de la pared rocosa se delataba, y de su rítmico golpeteo florecían gotas como si fueran fuegos de artificio.
- Es lo que hay Claudio, pero es suficiente. Cuando el agua potable se hace imperiosamente necesaria para la supervivencia, así venga de una vertiente flaca y pobre como ésta, hallarla tiene mucho más valor que encontrar una mina de oro.
- Chegu... tardaremos un rato para llenar los recipientes pero creo que vale la pena.
- ¡Claro que sí, es agua buenísima! En su recorrido se va nutriendo de minerales aptos para el consumo humano. Atraviesa roquedales y pastizales hasta caer acá cargada de naturaleza pura. Yo, uno de los que siempre la ha bebido, jamás tuve problemas de salud a consecuencia de ello.
El lugar en el que nos encontrábamos era fresco porque el sol le pegaba solamente al amanecer. El hecho de permanecer allí nos daba, en cierta manera, un merecido recreo. Llenamos las cantimploras y el bidón de cinco litros que habíamos transportado vacío con ese fin. Luego bebimos hasta que se nos hinchó el estómago, tanto, que temíamos no poder subir.
- Chegu, ¿Y si no hubiéramos encontrado agua acá arriba que hacíamos?
- Cuando uno elige cierto lugar para pasar una o dos noches, máxime en verano cuando las lluvias escasean, debe saber donde encontrarla, caso contrario se debe traer la suficiente cantidad de antemano. Es importante que el agua nunca falte para evitar la deshidratación y el golpe de calor. En mi caso particular sé y conozco lugares en donde encontrarla. A veces está al alcance de la mano y otras no tanto. Pero es de suma importancia conocer el terreno. Estas montañas, que aparentemente están secas, lo están solamente en su superficie. Sin embargo, gracias al pastizal típico que las cubre, actúan como esponjas y absorben el agua de las lluvias que después van liberando a cuenta gotas. De ahí que en nuestros ríos y arroyos corre el agua constantemente a pesar de que a veces pasan meses sin llover.
- O sea que una norma de seguridad estricta que deberían adoptar los visitantes sería conocer el terreno por el que se va a transitar para saber si van a encontrar agua o no, o de lo contrario llevarla de antemano aunque el peso de la mochila les mortifique la espalda, detalle éste último que todos tratan de evitar, no?
- Sí Claudio, aunque así y todo nunca falta quien se lanza a la "aventura" y después es superado por los acontecimientos y las circunstancias y vive momentos muy desagradables –le dije tratando de ser lacónico.
Allí vinieron a mi mente algunos hechos lamentables que ocurrieron veranos pasados. Creí conveniente contárselos a Claudio:
- En una oportunidad yo había bajado del Tres Picos y me encontraba en La Glorieta tomando unos “mateargos” , entonces observé que un grupo de adultos, hombres y mujeres, se estaba alistando para subir a la Cueva de los Guanacos. Un detalle llamó mi atención: no llevaban suficiente cantidad de agua. Por razones humanitarias creí oportuno advertirle al líder que en los lugares habituales cercanos a la cueva de donde se extraía el agua estaban vacíos. Me miró como si él fuera Reinhold Messner y, “bardeándome”, me dijo que se las arreglarían, que él conocía la zona. Días después me enteré de que quién yo creí era un líder positivo, había hablado por telefonía celular pidiéndole a la encargada de turismo que le entregaran agua “a domicilio” en la cueva.
- ¿Y qué pasó?
- Amablemente se le contestó que había sido advertido de que arriba no encontrarían agua y que si realmente quería la entrega tendría que hacerse cargo del costo del caballo que cargaría el agua más el jinete.
- ¿Entonces…?
- Al no querer pagar no les quedó más remedio que bajar, no pudiendo lograr sus propósitos de estar en la cumbre del Tres Picos. Por supuesto lo hicieron en estado lamentable y al borde de la deshidratación.
- Pagaron caro el precio de la soberbia, Chegu.- No sé si todos pensaban igual. Me gustaría saber que historia les vendió el “guía” al resto de los expedicionarios. A veces, a pesar de mi esfuerzo, no entiendo a la gente. Dos días en la montaña, salvo complicaciones meteorológicas inesperadas, tienen que ser para disfrutarlos al máximo y llevarse consigo uno de los recuerdos más placenteros. El entorno que regala el inmenso escenario serrano hace que los ojos no den a basto para retener miles de detalles, pero los que se graban son para recordarlos toda la vida.

Agustín Moreno.


15 septiembre 2007

Atardeceres de Tornquist.. (Imágenes tomadas por Piti Olague)


El sol hace magia antes del adiós cotidiano. Y Piti Olague, como aquí queda en evidencia, conoce las señales que anticipan el inicio y final de cada acto luminoso.

Más testimonios fotográficos en el blog de Piti Olague, Capturando Luces.

Lo de Crocioni (Por Patricio Eleisegui)


Mil veces pensé en dedicarle unas palabras. Quizás, porque lo que me dijo un amigo hace un buen tiempo ahora cobró real significado. Y también porque, debo decirlo, no pude evitar llevarme una imagen de esa esquina la última vez que visité Sierra de la Ventana; hace poco más de dos meses.

Lo cierto es que ahí estaba: “lo de Crocioni”. En la esquina de San Martín y Galileo Galilei. Como en tantos años. “Eso de ir a comprar a lo de Crocioni... tarda mil años en atenderte. Hasta que te corta el fiambre... te pesa el pan...”, me quejé en 101 oportunidades.

Mi amigo Gastón estaba en la vereda de enfrente: “a mí me parece muy bueno... anota los numeritos. No usa calculadora. Envuelve todo doblando con cuidado el papelito... ‘qué necesitás’. Sin necesidad de correr... todo con cuidado...”.

La despensa de Crocioni olía a galleta de campo y madera. Siempre con la canasta habitada por algún que otro felipe y una especie de alacena a sus espaldas en la que apilaba latas que nunca compré. “Decíle que se lo pago mañana”, me comprometía mi viejo.

Y Crocioni accedía... “¿Tu papá?”, preguntaba a veces. “Está de viaje”, creía gambetearlo. Crocioni la dejaba pasar y cortaba con habilidad de relojero 150 de queso y 150 de salame.

Recuerdo la vereda de cemento con monedas incrustadas... me veo de chico tratando, ingenuamente, de sacar alguna de ese piso inexpugnable...

Un día, Crocioni se sumó al deporte del momento y construyó una cancha de paddle. Justo frente a la esquina de la despensa. Eran épocas de paletazos contra la pared y discusiones con Bobby Del Pino por pelotas que para él siempre eran malas...

Más allá del furor, lo cierto es que Crocioni no apostó todas sus fichas a redes y paredones, sino que siguió, estoico, al frente de su negocio. Y no había domingo de verano que no se lo viera en su reposera peleando por un poco de aire fresco.

En el negocio, todo seguía igual. Incluso esa calcomanía que exhibía la figura de un cerdo que, con delantal de carnicero y entre lágrimas, pesaba chacinados a la sombra de un cartel que decía, precisamente, “Hoy, chorizos”.

Lo cierto es que muchas de esas cosas me hablaron al oído cuando, hace un par de meses, pasé frente a la despensa de Crocioni. Que, casi en sintonía con lo que sucede hoy en Sierra, había cambiado.

Sí: el lugar se había modernizado. Y ya no tenía la tradicional entrada en plena esquina. No señor, ahora a lo de Crocioni se ingresa por la puerta que da a la avenida San Martín. La despensa incorporó carteles de publicidad, sillas en la vereda y hasta un toldo.

¡Mirá lo de Crocioni!, exclamé, con sorpresa. Y reí un poco también... por lo bueno de las cosas que, aunque cambian de peinado, siguen estando en su lugar. El local estaba cerrado... eran poco más de las 2 de la tarde. Sin dudas, había cosas que aún eran iguales.

Al pasar frente a la despensa, recordé las palabras de Gastón. “A mí me gusta que el almacenero corte el papelito... anote los números uno abajo del otro con la lapicera Bic azul... sume de memoria y dos veces para no equivocarse”. Me di cuenta que yo siempre había compartido esa visión... sólo que no me di cuenta hasta un buen tiempo después.

Lamentablemente, mi última visita a Sierra de la Ventana fue tan corta que no pude ver a Crocioni. Ni siquiera de lejos y en su reposera. Obviamente, dudo que él me recuerde (creo que siempre confundió mi nombre con el de mis hermanos).

Pero tengo pensado hacerme una escapada al pueblo en breve. Un día cualquiera. Cruzar la puerta. Buscar con la vista las balanzas anaranjadas. Estrecharle la mano...

Y después pedirle, como hace tanto tiempo, “Crocioni, véndame el pan más blanco”. Y 150 de queso. Y 150 de salame...


14 septiembre 2007

Llegar al pueblo... (Imagen tomada por Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora)

Servicio de Bahía Blanca a Estación Constitución, en Buenos Aires. Y la escala en Sierra de la Ventana...

Viajar en turista para cuidar el mango. Se puede fumar. Alguien que toca la guitarra para espantar el frío en invierno. El traqueteo que se detiene al pie de barrancas enanas de arcilla...

La foto es obra y gentileza de Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora.


11 septiembre 2007

Miradas conocidas... (Enviada por Agustina Montecino, de Bahía Blanca)

Rostros amigos de Saldungaray y para toda La Comarca... De izquierda a derecha y en orden de cercanía al flash: "Monoto" Davis, Gerardo "Tiyo" Rohlman, Diego "Falucho" Ciava y Gabriel Fontanes.

Los gestos de tiempos de secundario en el Fortín Pavón se mantienen. Basta mirar al "Tiyo" sino... que de seguro algo estaba tramando al momento de ser retratado...

Esta fotografía, tremendamente valiosa para quienes nos debemos un abrazo de años, es un gentil aporte de Agustina Montecino, de Bahía Blanca.


El río que bordea... (Enviada por Carolina Scarfi)

El río Sauce Grande. La Olla... amaga dibujarse adelante. A los pies del campo que se abre en la base del cerro del Amor.

Carolina Scarfi envío esta imagen, que recupera senderos transitados casi de memoria cada verano. Llegar cuanto antes al "arroyo"... en ojotas-zapatillas-bicicletas. Y juntar a los amigos para armar un "Indio al agua"...


05 septiembre 2007

Entre nubes... (Imagen tomada por Gabriela)

Villa Ventana. Concierto de nubes y una tormenta pasajera que perece a manos del sol... La fotografía es gentileza de Gabriela.


Al pie del Ventana... (Enviada por Mariana Rolandi, de Buenos Aires)

Un vistazo del cerro Ventana, casi desde la ruta... La imagen retrata un momento de las últimas vacaciones de invierno. Y es obra y gentileza de Mariana Rolandi, de Buenos Aires.


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