07 octubre 2007

Cumbres por un sueño de verano - Parte III-Final- (Por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)

El amanecer, soleado, nos mostraba un gran colchón de nubes por debajo del nivel de nuestra morada. Parecía hecho con capullos de algodón. Esa situación momentánea me invitaba a soñar despierto. Me tiré sobre la bolsa de dormir e inventé mi sueño: Yo permanecía acostado, cara al cielo, con mis manos entrelazadas colocadas debajo de mi nuca, y una pierna sobre la otra a lo largo del colchón. Los ojos bien abiertos y los oídos muy atentos para mirar y escuchar el recital celestial que estaba por brindar Elvis Presley a miles de Ángeles vestidos de blanco, que lo ovacionaban constantemente agitando miles de pañuelos blancos. Ellos saltaban enfervorizados haciendo ondular aun más el capullo blanco en el cual estábamos flotando y que me producía una sensación única e irrepetible. Entonces, de repente apareció Elvis vestido todo de negro y allí empezó la histeria colectiva. Los Ángeles se abrazaban entre si, lloraban y vitoreaban a la “Pelvis Presley” y yo no podía ser menos. Estremecido hasta los huesos me abrazaba con todos y cada uno. De repente, silencio total, increíble. Sonaron los instrumentos, los primeros acordes, y Elvis abrió el recital cantando “always on my mind”.
Sin darme cuenta empecé a cantar, susurrando apenas “maybe I did not love you…”,
cuando Claudio, que venía del patio cámara en mano, me dijo:
- ¡Chegu, este paisaje es para volverte loco… dan ganas de soñar despierto!
Dejé el sueño y volví a la realidad.
El Napostá, al lucir su cumbre por encima de las nubes, aparentaba tener más altitud que la real. Se magnificaba. Mientras encendía el calentador para prepararnos un desayuno caliente no podía dejar de mirar hacia los capullos de algodón.
Abrumados por el desarraigo que nos ocasionaba partir de nuestro terruño, dejamos la casa en orden y nos fuimos con equipo ultra liviano.
Al cabo de media hora de nuestra partida por la pared norte, estábamos besando la cumbre del Tres Picos pero sin detenernos seguimos hacia Cerro de la Carpa.
Bajamos por un laberinto rocoso que nos demandó más tiempo y seguimos por un callejón que desciende hacia el sur y nos aceleró el ritmo. De los 1243 metros del Tres Picos bajamos a los 866, punto más bajo antes de la cuesta, y después, una vez en la cumbre del Cerro de la Carpa, medimos 1072msnm.
No encontramos Apacheta, solamente un montículo de piedras muy grandes marcando el punto más alto del cerro.
De plato principal tuvimos un par de “milangas” y de postre barras de cereales. Mientras descansábamos nos hidratamos convenientemente. Una vez terminada la sesión de fotos testimoniales nos fuimos en busca del Refugio construido en el mismo cerro, a cien metros de la cumbre en dirección al este. El mismo refugio que yo tantas veces había visto claramente desde la cima del Tres Picos y que siempre llamaba poderosamente mi atención.
Allí lo teníamos, estaba al alcance de la mano, impecable. Y yo sabía quien era el responsable de que estuviera así. Esteban, “el ruso”, quien era un apasionado del Cerro de la Carpa y de la montaña toda. Él lo había reconstruido con esfuerzo y sacrificio después del destrozo y abandono que había sufrido. Él se había deslomado llevando desde el llano chapas, tirantes y todo lo necesario para dejarlo habitable. "¡Qué pinturita de Refugio se armó Esteban!" -me dije para mis adentros- “Loable acción y emprendimiento”
Estuvimos contemplando el patio, generoso y sin límites, y después de merodear un par de horas regresamos sobre nuestros pasos hasta llegar nuevamente al Tres Picos. Ésa vez habíamos logrado la cumbre por la pared sur, la que usualmente hacía “el ruso”.
En la cumbre descansamos y aprovechamos a ventilar nuestros cansados y "ardientes" pies. Las botas estaban siendo duras, pesadas y muy abrigadas para esa estación en montañas de esas altitudes.
Con los pies como empanadas regresamos al hogar, dulce hogar, y devoramos, cual hormigas, la provisión de boca que nos quedaba en depósito. No era para menos.
La modorra, originada por la ingesta rápida y voraz que habíamos tenido, hizo que nos tiráramos en el jardín, sobre el copioso pastizal serrano, cual leones después de un atracón. No llegué a dormirme pero estaba con la mirada perdida en el paisaje, escenario ancho y largo, profundo e increíblemente cautivante para mis ojos, cuando de repente Claudio me sobresaltó.
- ¡Chegu... estás requemado! -dijo como sorprendido.
Lo miré y no sabía si me estaba "cargando" por mi piel morena natural o me lo decía con sinceridad. Mientras preparaba mi respuesta le hice un estudio visual y comprobé que él también estaba muy quemado por el sol. De ahí surgió mi respuesta y pregunta a la vez.
- ¡Vos también!... ¿y, qué tal?, ¿qué te pareció la paliza bajo el sol?
- ¡Bárbaro! ¡Me siento perfectamente bien!
- Entonces emprendamos la retirada que ya es hora –le dije a la vez que me incorporaba lentamente tratando de no aplastar la Festuca Ventanicola que tenía al costado.
Armamos las mochilas, dejamos la “casa chica” sin contaminantes, e iniciamos la cuenta regresiva. Pasamos otra vez por el piletón a colectar agua y encontramos el chorrillo con el caudal un poco más flaco que el día anterior. Pero el preciado tesoro que traía era de un valor incalculable.
Antes de reanudar la marcha, mi compañero de escalada me dijo:
- Chegu, me voy asombrado y sorprendido de todo lo que he visto, las vivencias, que sé yo… lo que me hizo sentir la montaña no tiene precio.
- Por toda respuesta hice silencio y nos dimos un largo abrazo. Él sabía que yo, asiduo visitante de las sierras, pensaba y sentía lo mismo que él.
Mientras bajábamos, aquel 14 de Marzo de 2004, supe que Claudio había dado el paso más importante en relación al viaje a Vallecitos: había tomado la decisión de ir. El resto, es otra historia.


Agustín Moreno
el.chegu@gmail.com


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