29 septiembre 2007

23 de Septiembre: nevada... tras los pasos de Darwin (Por Piti Olague y Agustín Moreno)





"Todo el grupo de excursionistas que se sumaron al desafío del 23 de Setiembre en el Cerro Tres Picos, del cual participé como guía ayudante, la nevada que se dio mientras bajábamos, le dio un toque extremo a la aventura", explica Piti Olague, creador del registro en video, en su blog Capturando Luces. La fotografía posterior, y a la cual describe Olague, es obra de Agustin Moreno.

La iniciativa que reunió a estos intrépidos aventureros adoptó el nombre de “Tras los pasos de Darwin”. Y la referencia al célebre naturalista resulta casi obvia: durante su etapa de investigaciones en esta parte del mundo, Charles Darwin desafió con éxito la cumbre del emblemático cerro Tres Picos.

Devenir del viento... (Imagen enviada por Ana Salvadori, de Bahía Blanca)

"Mañana habrá viento", fue el disparador de esta fotografía. "Fue ver el cielo y tratar de plasmar esa imagen en la foto", según su autora.

El registro es obra y gentileza de Ana Salvadori, de Bahía Blanca.

Cumbres por un sueño de verano -Parte II- (por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)


Ahora estábamos con Claudio en otra estación estival. En ese momento faltaban pocos días para que terminara el verano, y ese 13 de marzo de 2004 se despedía con mucho calor y nuestros cuerpos lo notaban. Por eso mismo, antes de salir de la garganta, nos refrescamos con el agua contenida en la pileta.
Mientras Claudio se refrescaba me preguntó:
- ¿Y si no hubiésemos encontrado el chorrillo que hubiéramos hecho?
- Lo más recomendable es colectar agua de éste lugar y hervirla. Mientras se enfría se puede tomar alguna infusión caliente y nos vamos hidratando. Si no se ve muy contaminada por insectos o renacuajos muertos o algún otro tipo de basura se puede tomar agregándole unas gotitas de hipoclorito de sodio, popularmente conocida como lavandina o lejía. Una alternativa sería caminar hasta La Pipa, una profunda olla que generalmente tiene su capacidad cúbica con disponibilidad suficiente de agua y no está muy lejos. Otra alternativa es el agua de los arroyos que están más al llano, porque a mayor altitud menor posibilidad de encontrarla. Pero quien conoce las quebradas a fondo sabe que hay muchas fuentes de agüita salvadora. Eso sí, hay que saber caminarlas.
- ¡Imagino lo duro que debe ser, extenuante y fastidioso!, ¿no, Chegu? -dijo Claudio.
- ¡Sí señor!, estás perfectamente acertado en tu apreciación. Ninguna duda que es así. Pero a veces no queda más remedio que hacerlo. Lo lindo es que cuando estás en una expedición organizada no todos van por el agua, lo hace solamente un pequeño grupo, los más aptos y con mejores condiciones físicas. Al regreso, los que se quedaron hacen mil preguntas y los aguateros eventuales, sobre todo los novatos, se sienten bardos y cuentan las alternativas poéticamente, y de paso, cada uno agrega su propia fantasía.
Una vez repuestos y aliviados retomamos el sendero subiendo a paso lento. Miramos la Cueva de los Guanacos, “la casa grande”, y vimos que estaba deshabitaba. Giramos al sur enfilando hacia el Tres Picos y nos fuimos alejando de ella. Arribamos al Bote en menos de media hora y allí nos desviamos unos metros hacia el saliente para ir directo a Nido de Águilas.
Encontramos la cueva en perfecto orden y limpieza. Nos quitamos el peso de la espalda y sentimos que flotábamos al igual que las Águilas Moras en las corrientes térmicas.
Nos sacamos la ropa húmeda y el calzado que estábamos estrenando, ciertamente pesado, pero que queríamos ir "ablandando" para andar cómodos en Vallecitos. Otro alivio más.
Desde el jardín veíamos, al norte, la Cueva de los Guanacos y el Cerro Ventana con sus ocho picos bien demarcados. Más cerca de nosotros, el Cerro Napostá con su larga y no tan vertical arista sur estribando en los anfiteatros macizos de la Quebrada del San Diego. Después nuestro panorama se acotaba porque estábamos rodeados, casi abrazados, por vastas laderas que eran parte de la pirámide del Tres Picos. Estábamos alojados en las propias entrañas del techo de los bonaerenses y no podíamos percibir otra cosa más que calidez.
Un llantén se mostraba bien al borde de la terraza y unos metros más arriba una roca aplanada parecía querer venirse abajo. Era como que dudaba de caer o no. No temí por su postura pues la conocía desde hacía muchos años atrás y siempre había estado allí, bien firme.
Nos instalamos en la sala y acondicionamos el piso tendiendo los aislantes y las bolsas de dormir que quedaron en condiciones de ser ocupadas cuando nos cubriera la noche.
Pasamos otra vez al magnífico patio y allí colgamos la ropa mojada por la transpiración en las rocas que aun recibían los rayos del sol.
Cuando ya nuestros estómagos nos dieron la señal química del hambre improvisamos, como siempre se hace en la montaña, una mesa y nos dimos un banquete con salamines, queso, y otros comestibles que se vuelven más apetitosos y deseables cuando uno los come en la montaña. De intrusos teníamos a un par de chingolitos que, saltito va saltito viene, se iban comiendo las miguitas y restos de galletitas que caían al piso.
Cuando se apagó la luz solar encendimos el farolito y nos calzamos las linternas frontales para alumbrarnos cuando tuviéramos que "demarcar nuestros territorios" en los alrededores.
Las toallitas húmedas de bebé estaban en un punto de encuentro fácil para cuando las necesitáramos o decidiéramos darnos “un baño”. Hervimos agua y nos preparamos infusiones que tomamos pausadamente para una mejor hidratación.La noche, típica de verano, nos agasajaba con un espectáculo digno de no perderse: arriba un cielo completamente estrellado que parecía reventar por lo cargado. Abajo, cientos de luciérnagas volaban con sus luces intermitentes que parecían bailar al compás del canto de los grillos y sapitos de las sierras, y el croar de infinidad de ranitas. Por fortuna, la carencia de mosquitos nos hizo disfrutar mucho más del espectáculo nocturno.


Agustín Moreno.

22 septiembre 2007

Guardián de las vías... (Imagen tomada por Nacho y Caro, de Bariloche)

Sin dudas, uno de los íconos de Sierra de la Ventana. El emblemático y eterno puente negro sobre el río Sauce Grande. No faltan las historias y leyendas a su alrededor.

La más repetida: que sobrevivió a un bombardeo aéreo en épocas de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón, allá por 1955. Y que en su parte superior guarda heridas aún visibles de ese ataque...

Esta imagen es gentileza de Nacho y Caro, de Tierra Mágica Bariloche.


De setas y sombreros... (Imagen tomada por Pablo Damonte)

La tierra húmeda que da paso a una y mil formas de vida. En este caso, una pareja de hongos que se alza, orgullosa, sobre la hojarasca serrana.

La imagen es obra y gentileza del fotógrafo Pablo Damonte, radicado en Galicia, España.


Cumbres por un sueño de verano -Parte I- (por Agustín Moreno, de Bahía Blanca)

El asado había estado bastante sabroso y generoso. Enrique, anfitrión esa vez, esmerándose como lo hacía habitualmente, nos había dejado satisfechos con su arte gastronómico. Por eso con Claudio, antes de los postres y degustando un buen vino tinto, surgió el siguiente diálogo:
- Me convenciste Chegu, si veo que llego en buenas condiciones físicas te acompaño a Vallecitos.
- Sabía que te prenderías. Vas a ver lo bonito que es el Cordón del Plata y lo singular de la ciudad de Mendoza.
- Quiero tantearme, porque si bien el Tres Picos es algo exigente, me gustaría probar mi rendimiento caminando un par de días para ver mi progreso.
- Ningún problema Claudio. Intentaremos 3 cumbres en 2 días pernoctando en una cuevita espectacular!
- ¿Cuánto me dijiste que era la altitud?
- Dicen los mendocinos que mide alrededor de los 4450msnm y lo vamos escalar al segundo día. Primero haremos La Cadenita.
Las cartas estaban echadas. Si todo anduviera bien con la puesta a punto, nos iríamos a Mendoza a intentar, junto a nuestros maduros sueños juveniles, algo más que una cumbre. El vínculo que habíamos logrado con Heber Orona, y a través de él con sus amigos montañistas, nos facilitaría sobremanera la posibilidad de éxito.
El deseo de “medirse” de Claudio no era descabellado. Caminar un par de días la montaña haciendo noche en ella sin la comodidad propia del hogar le vendría bien para probarse y ver su reacción ante las adversidades que pudieran surgir estando al aire libre.
El asado con amigos y el buen vino era cosa del pasado. Ahora estábamos en plena ejercitación en terreno serrano. El sol pegaba fuerte y nuestra transpiración, en contacto con la suave brisa, nos refrescaba y nos aliviaba, pero teníamos que conseguir agua para hidratarnos convenientemente. Subir la montaña no sólo era empeño y voluntad. Necesitábamos agua para mantener energía y en ese momento se nos estaba agotando. También iba a ser necesaria para consumir en la cueva durante la cena, el desayuno, e indispensable para la marcha del día siguiente.
Habíamos dejado atrás el Cordón de Vacas y nos encontrábamos en plena Pampa de los Guanacos vislumbrando la Naciente del San Diego, entonces hice un alto y le dije a Claudio:
- Bajaremos a las piletas a ver si tenemos la suerte de encontrar agüita fresca.
- ¿Te parece que habrá? Mirá que está todo seco-seco reseco, eh!
- Habitualmente se encuentra, pero no podremos saberlo hasta estar en el lugar.
A pesar de bajar lentamente por lo barrancoso del terreno, en pocos minutos estábamos en el piletón formado al pie de una pequeña garganta que contenía agua, escasa y estancada. Pero un chorrillo flaco y pobre que bajaba por los desniveles de la pared rocosa se delataba, y de su rítmico golpeteo florecían gotas como si fueran fuegos de artificio.
- Es lo que hay Claudio, pero es suficiente. Cuando el agua potable se hace imperiosamente necesaria para la supervivencia, así venga de una vertiente flaca y pobre como ésta, hallarla tiene mucho más valor que encontrar una mina de oro.
- Chegu... tardaremos un rato para llenar los recipientes pero creo que vale la pena.
- ¡Claro que sí, es agua buenísima! En su recorrido se va nutriendo de minerales aptos para el consumo humano. Atraviesa roquedales y pastizales hasta caer acá cargada de naturaleza pura. Yo, uno de los que siempre la ha bebido, jamás tuve problemas de salud a consecuencia de ello.
El lugar en el que nos encontrábamos era fresco porque el sol le pegaba solamente al amanecer. El hecho de permanecer allí nos daba, en cierta manera, un merecido recreo. Llenamos las cantimploras y el bidón de cinco litros que habíamos transportado vacío con ese fin. Luego bebimos hasta que se nos hinchó el estómago, tanto, que temíamos no poder subir.
- Chegu, ¿Y si no hubiéramos encontrado agua acá arriba que hacíamos?
- Cuando uno elige cierto lugar para pasar una o dos noches, máxime en verano cuando las lluvias escasean, debe saber donde encontrarla, caso contrario se debe traer la suficiente cantidad de antemano. Es importante que el agua nunca falte para evitar la deshidratación y el golpe de calor. En mi caso particular sé y conozco lugares en donde encontrarla. A veces está al alcance de la mano y otras no tanto. Pero es de suma importancia conocer el terreno. Estas montañas, que aparentemente están secas, lo están solamente en su superficie. Sin embargo, gracias al pastizal típico que las cubre, actúan como esponjas y absorben el agua de las lluvias que después van liberando a cuenta gotas. De ahí que en nuestros ríos y arroyos corre el agua constantemente a pesar de que a veces pasan meses sin llover.
- O sea que una norma de seguridad estricta que deberían adoptar los visitantes sería conocer el terreno por el que se va a transitar para saber si van a encontrar agua o no, o de lo contrario llevarla de antemano aunque el peso de la mochila les mortifique la espalda, detalle éste último que todos tratan de evitar, no?
- Sí Claudio, aunque así y todo nunca falta quien se lanza a la "aventura" y después es superado por los acontecimientos y las circunstancias y vive momentos muy desagradables –le dije tratando de ser lacónico.
Allí vinieron a mi mente algunos hechos lamentables que ocurrieron veranos pasados. Creí conveniente contárselos a Claudio:
- En una oportunidad yo había bajado del Tres Picos y me encontraba en La Glorieta tomando unos “mateargos” , entonces observé que un grupo de adultos, hombres y mujeres, se estaba alistando para subir a la Cueva de los Guanacos. Un detalle llamó mi atención: no llevaban suficiente cantidad de agua. Por razones humanitarias creí oportuno advertirle al líder que en los lugares habituales cercanos a la cueva de donde se extraía el agua estaban vacíos. Me miró como si él fuera Reinhold Messner y, “bardeándome”, me dijo que se las arreglarían, que él conocía la zona. Días después me enteré de que quién yo creí era un líder positivo, había hablado por telefonía celular pidiéndole a la encargada de turismo que le entregaran agua “a domicilio” en la cueva.
- ¿Y qué pasó?
- Amablemente se le contestó que había sido advertido de que arriba no encontrarían agua y que si realmente quería la entrega tendría que hacerse cargo del costo del caballo que cargaría el agua más el jinete.
- ¿Entonces…?
- Al no querer pagar no les quedó más remedio que bajar, no pudiendo lograr sus propósitos de estar en la cumbre del Tres Picos. Por supuesto lo hicieron en estado lamentable y al borde de la deshidratación.
- Pagaron caro el precio de la soberbia, Chegu.- No sé si todos pensaban igual. Me gustaría saber que historia les vendió el “guía” al resto de los expedicionarios. A veces, a pesar de mi esfuerzo, no entiendo a la gente. Dos días en la montaña, salvo complicaciones meteorológicas inesperadas, tienen que ser para disfrutarlos al máximo y llevarse consigo uno de los recuerdos más placenteros. El entorno que regala el inmenso escenario serrano hace que los ojos no den a basto para retener miles de detalles, pero los que se graban son para recordarlos toda la vida.

Agustín Moreno.


15 septiembre 2007

Atardeceres de Tornquist.. (Imágenes tomadas por Piti Olague)


El sol hace magia antes del adiós cotidiano. Y Piti Olague, como aquí queda en evidencia, conoce las señales que anticipan el inicio y final de cada acto luminoso.

Más testimonios fotográficos en el blog de Piti Olague, Capturando Luces.

Lo de Crocioni (Por Patricio Eleisegui)


Mil veces pensé en dedicarle unas palabras. Quizás, porque lo que me dijo un amigo hace un buen tiempo ahora cobró real significado. Y también porque, debo decirlo, no pude evitar llevarme una imagen de esa esquina la última vez que visité Sierra de la Ventana; hace poco más de dos meses.

Lo cierto es que ahí estaba: “lo de Crocioni”. En la esquina de San Martín y Galileo Galilei. Como en tantos años. “Eso de ir a comprar a lo de Crocioni... tarda mil años en atenderte. Hasta que te corta el fiambre... te pesa el pan...”, me quejé en 101 oportunidades.

Mi amigo Gastón estaba en la vereda de enfrente: “a mí me parece muy bueno... anota los numeritos. No usa calculadora. Envuelve todo doblando con cuidado el papelito... ‘qué necesitás’. Sin necesidad de correr... todo con cuidado...”.

La despensa de Crocioni olía a galleta de campo y madera. Siempre con la canasta habitada por algún que otro felipe y una especie de alacena a sus espaldas en la que apilaba latas que nunca compré. “Decíle que se lo pago mañana”, me comprometía mi viejo.

Y Crocioni accedía... “¿Tu papá?”, preguntaba a veces. “Está de viaje”, creía gambetearlo. Crocioni la dejaba pasar y cortaba con habilidad de relojero 150 de queso y 150 de salame.

Recuerdo la vereda de cemento con monedas incrustadas... me veo de chico tratando, ingenuamente, de sacar alguna de ese piso inexpugnable...

Un día, Crocioni se sumó al deporte del momento y construyó una cancha de paddle. Justo frente a la esquina de la despensa. Eran épocas de paletazos contra la pared y discusiones con Bobby Del Pino por pelotas que para él siempre eran malas...

Más allá del furor, lo cierto es que Crocioni no apostó todas sus fichas a redes y paredones, sino que siguió, estoico, al frente de su negocio. Y no había domingo de verano que no se lo viera en su reposera peleando por un poco de aire fresco.

En el negocio, todo seguía igual. Incluso esa calcomanía que exhibía la figura de un cerdo que, con delantal de carnicero y entre lágrimas, pesaba chacinados a la sombra de un cartel que decía, precisamente, “Hoy, chorizos”.

Lo cierto es que muchas de esas cosas me hablaron al oído cuando, hace un par de meses, pasé frente a la despensa de Crocioni. Que, casi en sintonía con lo que sucede hoy en Sierra, había cambiado.

Sí: el lugar se había modernizado. Y ya no tenía la tradicional entrada en plena esquina. No señor, ahora a lo de Crocioni se ingresa por la puerta que da a la avenida San Martín. La despensa incorporó carteles de publicidad, sillas en la vereda y hasta un toldo.

¡Mirá lo de Crocioni!, exclamé, con sorpresa. Y reí un poco también... por lo bueno de las cosas que, aunque cambian de peinado, siguen estando en su lugar. El local estaba cerrado... eran poco más de las 2 de la tarde. Sin dudas, había cosas que aún eran iguales.

Al pasar frente a la despensa, recordé las palabras de Gastón. “A mí me gusta que el almacenero corte el papelito... anote los números uno abajo del otro con la lapicera Bic azul... sume de memoria y dos veces para no equivocarse”. Me di cuenta que yo siempre había compartido esa visión... sólo que no me di cuenta hasta un buen tiempo después.

Lamentablemente, mi última visita a Sierra de la Ventana fue tan corta que no pude ver a Crocioni. Ni siquiera de lejos y en su reposera. Obviamente, dudo que él me recuerde (creo que siempre confundió mi nombre con el de mis hermanos).

Pero tengo pensado hacerme una escapada al pueblo en breve. Un día cualquiera. Cruzar la puerta. Buscar con la vista las balanzas anaranjadas. Estrecharle la mano...

Y después pedirle, como hace tanto tiempo, “Crocioni, véndame el pan más blanco”. Y 150 de queso. Y 150 de salame...


14 septiembre 2007

Llegar al pueblo... (Imagen tomada por Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora)

Servicio de Bahía Blanca a Estación Constitución, en Buenos Aires. Y la escala en Sierra de la Ventana...

Viajar en turista para cuidar el mango. Se puede fumar. Alguien que toca la guitarra para espantar el frío en invierno. El traqueteo que se detiene al pie de barrancas enanas de arcilla...

La foto es obra y gentileza de Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora.


11 septiembre 2007

Miradas conocidas... (Enviada por Agustina Montecino, de Bahía Blanca)

Rostros amigos de Saldungaray y para toda La Comarca... De izquierda a derecha y en orden de cercanía al flash: "Monoto" Davis, Gerardo "Tiyo" Rohlman, Diego "Falucho" Ciava y Gabriel Fontanes.

Los gestos de tiempos de secundario en el Fortín Pavón se mantienen. Basta mirar al "Tiyo" sino... que de seguro algo estaba tramando al momento de ser retratado...

Esta fotografía, tremendamente valiosa para quienes nos debemos un abrazo de años, es un gentil aporte de Agustina Montecino, de Bahía Blanca.


El río que bordea... (Enviada por Carolina Scarfi)

El río Sauce Grande. La Olla... amaga dibujarse adelante. A los pies del campo que se abre en la base del cerro del Amor.

Carolina Scarfi envío esta imagen, que recupera senderos transitados casi de memoria cada verano. Llegar cuanto antes al "arroyo"... en ojotas-zapatillas-bicicletas. Y juntar a los amigos para armar un "Indio al agua"...


05 septiembre 2007

Entre nubes... (Imagen tomada por Gabriela)

Villa Ventana. Concierto de nubes y una tormenta pasajera que perece a manos del sol... La fotografía es gentileza de Gabriela.


Al pie del Ventana... (Enviada por Mariana Rolandi, de Buenos Aires)

Un vistazo del cerro Ventana, casi desde la ruta... La imagen retrata un momento de las últimas vacaciones de invierno. Y es obra y gentileza de Mariana Rolandi, de Buenos Aires.


02 septiembre 2007

Treinta... un 30 de agosto (Por Patricio Eleisegui)

Pudo haber nacido cerro Tres Picos, río Sauce Grande o hierba aromática en El Pantanoso Viejo. Pudo haber sido la mejor metáfora de un manuscrito de Eduardo Galeano o el verso menos ensordecedor del Rey Lagarto. Pero no. Nació hombre: hijo y hermano de la naturaleza, que a fuerza de viento y rocíos en invierno le enseñó cómo hablar de ella sin mover los labios.

Y ese hombre, descendiente desconocido, antes de ser raíz y palabra que alumbra fue un niño que leía libros incomprensibles y, de vez en cuando, se acomodaba el pelo al estilo “New Kids on the Block”. Hablaba de Freud. De la perversión de las masas. Enano de 12 años. Dee-Jay (hay quien dice que fuiste el último “Discjockey”) de El Sótano y garganta modulada en la FM de las Sierras.

Viajes nocturnos a Saldungaray en la zanellita azul. No se podía faltar a ningún asalto. A ningún cumpleaños de 15. Esa zanellita que se quedaba sin luz cada vez que agarrabas un bache en la ruta. Nueve kilómetros en los que corté clavos más de una vez porque vos no veías medio metro. Y a veces te olvidabas los anteojos. También estaba el efecto de todos los tragos, vinos y cervezas que nos habíamos tomado.

Pero llegábamos a salvo. Un día empezaste a caminar las sierras. Y no paraste. Hablabas en otro idioma y nosotros, los plantígrados de siempre, veíamos cómo te alejabas otra vez. Crecías.

Encontraste la poesía en el día a día. Reemplazaste los adjetivos y las metonimias por sandalias y ampollas: te hiciste amigo de un ex Club Hotel que alguien prendió fuego una vez, y saludabas con la cabeza a cada yarará que te cruzabas: lo estabas entendiendo todo.


Un día me fui del pueblo. Otro, volví. Recién me di cuenta que estaba en Sierra de la Ventana cuando toqué el timbre de tu casa y tu vieja me saludó con un “Gastón todavía está durmiendo”. Eran casi las 2 de la tarde.

Nos tomamos un té de cedrón y me hablaste de hierbas aromáticas. Y de un par de libros, escritos por un brasileño, que te habían gustado mucho. Te acompañé en una excursión a El Pantanoso. Ahí eras Gastón Waiman, el guía.

Asados. Y una noche de tormenta eléctrica me confesaste, llorando desconsoladamente, eso que seguías buscando. Pedimos un par de ginebras. Luego, en una cena con amigos, intentaste hipnotizarme en la casa de tu abuela pero el experimento salió mal y terminamos todos asustados. A nadie le gusta que le cuenten en detalle cómo es eso de sentirse solo. Siempre solo...

Nos dimos un fuerte abrazo la noche previa a mi viaje a Buenos Aires. Los dos sabíamos que yo venía para no volver. Me dijiste que podía hacerlo y aquí estamos: con el escudo medio abollado y la espada con poco filo. Pero de pie. Como vos.

Hace poco, hubo un reencuentro después de ¿cuatro años? Te presenté a mi mujer y te conté que de noche sueño con sierras. Y que todavía te veo trepando el Tres Picos en zapatos... los mismos con los que después cursabas 4º año en el Fortín Pavón.

Ahora, esta semana que pasó, cumpliste 30 años. Treinta un treinta. Viviste muchos más... tantos años como los que hoy declara Sierra de la Ventana. Porque, en definitiva, Tonga querido, las cosas son como las conté al principio: hablás la lengua del paisaje sin mover los labios. Y eso te hace roca, madera, agua. Te deja mirar la eternidad... por encima de los hombros del tiempo.


Patricio Eleisegui.

Pd: Un agradecimiento especial a María Sol Waiman, hermana de Gastón, por dejarme reproducir en este post las fotos que aparecen publicadas en su blog Por aquí ya estuve.

Y también a mi mejor amigo,
Darío Lemos, quien desde Puerto Rico envió la imagen en la que aparezco junto a Gastón cuando teníamos 15 años.

01 septiembre 2007

Camino a Garganta Olvidada... (Imagen tomada por Jeroen Van der Heide)


Una postal del trayecto que culmina en Garganta Olvidada... muy cerca del cerro Ventana. Agua que serpentea y huye de la mirada de los curiosos. Mientras se ríe del verano a la sombra de árboles y rocas.

La imagen es obra y gentileza de Jeroen Van der Heide, de Alemania, quien muy amablemente cedió el registro para que sea publicado en este espacio.


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