Treinta... un 30 de agosto (Por Patricio Eleisegui)
Pudo haber nacido cerro Tres Picos, río Sauce Grande o hierba aromática en El Pantanoso Viejo. Pudo haber sido la mejor metáfora de un manuscrito de Eduardo Galeano o el verso menos ensordecedor del Rey Lagarto. Pero no. Nació hombre: hijo y hermano de la naturaleza, que a fuerza de viento y rocíos en invierno le enseñó cómo hablar de ella sin mover los labios.
Y ese hombre, descendiente desconocido, antes de ser raíz y palabra que alumbra fue un niño que leía libros incomprensibles y, de vez en cuando, se acomodaba el pelo al estilo “New Kids on the Block”. Hablaba de Freud. De la perversión de las masas. Enano de 12 años. Dee-Jay (hay quien dice que fuiste el último “Discjockey”) de El Sótano y garganta modulada en la FM de las Sierras.
Viajes nocturnos a Saldungaray en la zanellita azul. No se podía faltar a ningún asalto. A ningún cumpleaños de 15. Esa zanellita que se quedaba sin luz cada vez que agarrabas un bache en la ruta. Nueve kilómetros en los que corté clavos más de una vez porque vos no veías medio metro. Y a veces te olvidabas los anteojos. También estaba el efecto de todos los tragos, vinos y cervezas que nos habíamos tomado.
Pero llegábamos a salvo. Un día empezaste a caminar las sierras. Y no paraste. Hablabas en otro idioma y nosotros, los plantígrados de siempre, veíamos cómo te alejabas otra vez. Crecías.
Encontraste la poesía en el día a día. Reemplazaste los adjetivos y las metonimias por sandalias y ampollas: te hiciste amigo de un ex Club Hotel que alguien prendió fuego una vez, y saludabas con la cabeza a cada yarará que te cruzabas: lo estabas entendiendo todo.
Y ese hombre, descendiente desconocido, antes de ser raíz y palabra que alumbra fue un niño que leía libros incomprensibles y, de vez en cuando, se acomodaba el pelo al estilo “New Kids on the Block”. Hablaba de Freud. De la perversión de las masas. Enano de 12 años. Dee-Jay (hay quien dice que fuiste el último “Discjockey”) de El Sótano y garganta modulada en la FM de las Sierras.
Viajes nocturnos a Saldungaray en la zanellita azul. No se podía faltar a ningún asalto. A ningún cumpleaños de 15. Esa zanellita que se quedaba sin luz cada vez que agarrabas un bache en la ruta. Nueve kilómetros en los que corté clavos más de una vez porque vos no veías medio metro. Y a veces te olvidabas los anteojos. También estaba el efecto de todos los tragos, vinos y cervezas que nos habíamos tomado.
Pero llegábamos a salvo. Un día empezaste a caminar las sierras. Y no paraste. Hablabas en otro idioma y nosotros, los plantígrados de siempre, veíamos cómo te alejabas otra vez. Crecías.
Encontraste la poesía en el día a día. Reemplazaste los adjetivos y las metonimias por sandalias y ampollas: te hiciste amigo de un ex Club Hotel que alguien prendió fuego una vez, y saludabas con la cabeza a cada yarará que te cruzabas: lo estabas entendiendo todo.
Un día me fui del pueblo. Otro, volví. Recién me di cuenta que estaba en Sierra de la Ventana cuando toqué el timbre de tu casa y tu vieja me saludó con un “Gastón todavía está durmiendo”. Eran casi las 2 de la tarde.
Nos tomamos un té de cedrón y me hablaste de hierbas aromáticas. Y de un par de libros, escritos por un brasileño, que te habían gustado mucho. Te acompañé en una excursión a El Pantanoso. Ahí eras Gastón Waiman, el guía.
Asados. Y una noche de tormenta eléctrica me confesaste, llorando desconsoladamente, eso que seguías buscando. Pedimos un par de ginebras. Luego, en una cena con amigos, intentaste hipnotizarme en la casa de tu abuela pero el experimento salió mal y terminamos todos asustados. A nadie le gusta que le cuenten en detalle cómo es eso de sentirse solo. Siempre solo...
Nos dimos un fuerte abrazo la noche previa a mi viaje a Buenos Aires. Los dos sabíamos que yo venía para no volver. Me dijiste que podía hacerlo y aquí estamos: con el escudo medio abollado y la espada con poco filo. Pero de pie. Como vos.
Hace poco, hubo un reencuentro después de ¿cuatro años? Te presenté a mi mujer y te conté que de noche sueño con sierras. Y que todavía te veo trepando el Tres Picos en zapatos... los mismos con los que después cursabas 4º año en el Fortín Pavón.
Patricio Eleisegui.
Y también a mi mejor amigo, Darío Lemos, quien desde Puerto Rico envió la imagen en la que aparezco junto a Gastón cuando teníamos 15 años.
Nos tomamos un té de cedrón y me hablaste de hierbas aromáticas. Y de un par de libros, escritos por un brasileño, que te habían gustado mucho. Te acompañé en una excursión a El Pantanoso. Ahí eras Gastón Waiman, el guía.
Asados. Y una noche de tormenta eléctrica me confesaste, llorando desconsoladamente, eso que seguías buscando. Pedimos un par de ginebras. Luego, en una cena con amigos, intentaste hipnotizarme en la casa de tu abuela pero el experimento salió mal y terminamos todos asustados. A nadie le gusta que le cuenten en detalle cómo es eso de sentirse solo. Siempre solo...
Nos dimos un fuerte abrazo la noche previa a mi viaje a Buenos Aires. Los dos sabíamos que yo venía para no volver. Me dijiste que podía hacerlo y aquí estamos: con el escudo medio abollado y la espada con poco filo. Pero de pie. Como vos.
Hace poco, hubo un reencuentro después de ¿cuatro años? Te presenté a mi mujer y te conté que de noche sueño con sierras. Y que todavía te veo trepando el Tres Picos en zapatos... los mismos con los que después cursabas 4º año en el Fortín Pavón.
Ahora, esta semana que pasó, cumpliste 30 años. Treinta un treinta. Viviste muchos más... tantos años como los que hoy declara Sierra de la Ventana. Porque, en definitiva, Tonga querido, las cosas son como las conté al principio: hablás la lengua del paisaje sin mover los labios. Y eso te hace roca, madera, agua. Te deja mirar la eternidad... por encima de los hombros del tiempo.
Patricio Eleisegui.
Pd: Un agradecimiento especial a María Sol Waiman, hermana de Gastón, por dejarme reproducir en este post las fotos que aparecen publicadas en su blog Por aquí ya estuve.
Y también a mi mejor amigo, Darío Lemos, quien desde Puerto Rico envió la imagen en la que aparezco junto a Gastón cuando teníamos 15 años.
1 comentario:
Gastón es todo eso y mucho mas, ni te cuento cuando alguna viejita se emociona contando todo lo que le enseñó y trasmitió en alguna excursión que fueron guiados por él.
Para algo tenía que servir tantos años soportándolo en el Fortin de Saldunga, de alguna forma no reprimimos a ese loco que sigue entre nosotros, gracias Gastón! y gracias Patro por ponerle palabras a tantos sentimientos!!!
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