30 junio 2007

Río tranquilo (Imagen tomada por Marcelo Braz, de Buenos Aires)


La mansedumbre del agua... al acecho de la tormenta. Seducción de caballos espejados. La fotografía es gentileza de Marcelo Braz.

La goleada en Saldunga (Por Patricio Eleisegui)

Año 1989, si la memoria no me traiciona. Por aquel entonces, poder jugar al fútbol durante la clase de educación física era una auténtica utopía. No sólo que nos veíamos obligados a practicar deportes insípidos como el softbol (juego al que todavía, voy a decirlo, no le encontré la gracia) sino que nuestras maestras de, por entonces, 6º grado de la primaria no entendían que lo único que pasa por la cabeza de un chico a los 11 años es patear una pelota.

Muy por el contrario, desde Ana Bellabarba, directora de la Escuela Nº 6 Juan Bautista Alberdi, hasta maestras como Kuky Aiello o Celia Pohle no entendían que lo mejor de la vida era mandar a guardar un centro “a la olla” o pegarle un puntinazo a la bola de trapo (más precisamente, de medias viejas, -prendas cedidas gentilmente por Ariel Scarfi, que tiraba los penales a fundir-) para poner el 1-0 un segundo antes del timbre que ordenaba volver a clases.

Así estábamos, penando por la censura futbolística, hasta que un día apareció de la nada un petizo retacón (pelado adelante pero con melena a lo “Comitas” atrás) que se ofreció para hacernos correr un poco en gimnasia y, de paso, nos permitió acariciar con nuestros empeines ásperos de patear medias de toalla un hermoso “fobal” número 5: Ramoncito Ramírez. Uno de los panaderos de “Switzerland”.

Pocos días después, Ramoncito hizo un anuncio que todavía hoy recuerdo como uno de los desafíos más difíciles –y, por eso mismo, atractivo– de afrontar. “Chicos, júntense... Miren, hay posibilidades de que juguemos un partido contra Saldungaray. Allá...”, disparó, mientras hacia rebotar la pelota en la cancha de básquet de la escuela.

Había que entrenar. Mucho. Íbamos a usar camiseta (¡Con número y todo!) No era necesario jugar con botines (Justo: yo no tenía...) Y así nos embarcamos en pos de una quimera: vencer a Saldungaray en su propia cancha. En un pueblo que, históricamente, siempre mantuvo una rivalidad amistosa con Sierra.

Los valientes que ahora me vienen a la memoria son los siguientes: Emiliano Fernández, Baltasar Ibarrola, Mauro Blanc, Jesús Montero, Miguel Bauer, Ariel Scarfi, Hugo Tucker, Francisco Del Pino, entre otros. Claro, yo también integraba la nómina... pero lo cierto es que fueron más, aunque finalmente unos pocos integramos el seleccionado de enanos de 11 años.

Pasaron los atardeceres de 3 abdominales al grito de “¡ya está, Ramoncito! no damos más” y 3 horas seguidas jugando 7 contra 7. “Miren que en Saldungaray juega un pibe que la gasta, Freddy Cardoso, que lo vinieron a ver de Boca... y también el Tiyo Rohlman, y otros más grandes”, nos atemorizaba Ramón...

Pero, a nosotros ¿qué nos importaba? Queríamos salir con camisetas y pegarle al arco desde la mitad de la cancha. Darles un baile sin siquiera preocuparnos por jugar en equipo, “parar la defensa así, por si ellos avanzan por la derecha”, y robarnos la ovación de miles de personas que, suponíamos, iban a abarrotar la capacidad de la cancha del Club Porteño.

Lo único que teníamos en mente era tenerla en el pie, dar uno, dos, tres zancadas y pegarle “un chumbazo” al ángulo. Ese ángulo que sólo podíamos imaginar porque en la escuela de Sierra marcábamos los arcos con buzos y camperas. También barajábamos la opción “maradoniana”, aunque la única gambeta que nos salía era un previsible enganche hacia adentro con la pierna más hábil.

En mi caso, las cosas iban peor: soy zurdo y Ramoncito me hacía jugar de 7. El único puntero derecho –wing, para que suene importante– de la historia del fútbol argentino que manejaba mejor la izquierda antes que la derecha. Mi destino era tan contradictorio como la posición que tenía que ocupar dentro de la cancha...

Llegó el día. Mejor dicho, la noche del encuentro... En la cancha del Club Porteño no sólo no había tribunas, sino que además la concurrencia apenas si llegaba a las 50 personas. Todos estaban pegados al alambrado. Claro, si los que jugaban eran todos hijos, primos, hijos de vecinos, de Sandunga...

Para honrar mi buena suerte, me tocó ir al banco. “¿Cómo que al banco si yo tengo la 7 y la 7 es del titular?”. “Arranca jugando el Tapa Masetti, Patricio. Dale, sentate”. Igualmente, no estaba solo: Emiliano Fernández, mi mejor amigo por aquellos años, también había sido degradado a suplente. Con la bronca entre los dientes nos sentamos a mirar el partido.

Ataca Saldungaray. Corner para Saldungaray. Gol de Saldungaray. “Che, ¡ese pibe lo metió olímpico!”. Sí, el primer gol fue un corner olímpico. Por aquel entonces estaba de moda pegarle al arco directamente desde el tiro de esquina. Comba, chanfle: el famoso “tiro envenenado”. Claro, estaba en boga para todos menos para nosotros, que teníamos que hacer el corner en dos toques porque no llegábamos de una al área...

“Entrá, Patricio”. “Dale, Emiliano, vos también entrá”. Eleisegui (o sea, yo) sale a marcar a la mitad de la cancha (recordemos: yo era delantero ¿qué hacía jugando de 5?) y no sólo se lo sacan de encima con un amague, sino que además el recién ingresado se come un caño en la jugada siguiente.

Pero el destino es justo. Siempre es justo. Y yo, heredero funesto del gran Oreste Omar Corbatta, del endiablado Loco Housemann; del certero Alfredo Graciani, piqué por la punta derecha en un contraataque desesperado y, casi sin querer, me vi envuelto en un enriedo de piernas y pelota en el área de Saldungaray.

Emiliano traba con el arquero en el vértice izquierdo del área chica... la bocha se abre a la derecha, sola, libre... guardavallas y atacante son superados por un balón que pica tranquilo rumbo al saque de meta, casi en paralelo al arco. Una pelota que, como pidiendo permiso, queda justo en la zurda de un Eleisegui que llega a la carrera. Que ajusta la mira. El arco libre. De frente. Mide el espacio entre los dos palos. Ve, de soslayo, el puño apretado de Ramoncito. Repasa los insultos de la hinchada local. Y elige el disparo seco, a rastrón, seguro, al rincón de las arañas...

Y la tira afuera.

La tira afuera...

Fue la oportunidad más clara de Sierra de la Ventana en todo ese partido. Obviamente, luego de errar ese gol imposible fui reemplazado. Saldungaray nos llenó la canasta. Nos metieron otro gol olímpico y redondearon, casi sin transpirar, un amable 6 a 0. El famoso Freddy Cardoso, a quien luego traté en épocas de secundaria, nos pintó la cara a su antojo.

Superados los 9 Km de distancia que separan a Sierra de Saldungaray, todo fue olvidar rápidamente lo sucedido. Incluso se habló de una revancha, pero la mayoría de nosotros desistió de la idea. Lo cierto es que todo el trajín previo a la goleada significó, para aquellos pibitos de 11 años, una de las primeras ilusiones con nombre y apellido.

Fue dar todo, concretar una auténtica epopeya, con los mejores amigos que uno podía tener. Un grupo en el que a la hora del picado nos elegíamos de memoria, sin necesidad del cruel y lapidario “Pan y Queso”. La magia de ser realmente un equipo, aunque el fútbol no fuera lo nuestro. En simultáneo a ese sentimiento: la belleza de jugar por jugar.

Imborrable.

Vivencias de ese estilo son las que hacen que, a 18 años de aquel suceso, uno salude con un burlón “qué hacés, Ramoncito” a amigos ubicados a cientos de kilómetros de distancia. A compadres a los que hace años no se los ve en persona. Pero que comparten hechos y palabras que significan lo mismo. Que son parte feliz de una historia en común. Inquebrantable...

Mirador del Ventana (Enviada, desde Bahía Blanca, por Alan Ugarnes)


Mi hermano, Alan Ugarnes, y Belén Ramos, en el mirador del Cerro Ventana. Detrás puede verse, pequeño aunque inconfundible, el hueco que da nombre a toda la Comarca...

Culebra (Imagen tomada por Leonardo Beli)


Soberbia. Y con la certeza de que, en una primera impresión y aunque no se trate de una especie venenosa, su estampa ya impone respeto. Testimonio de la fauna que habita la Comarca de Sierra de la Ventana... La imagen es gentileza de Leonardo "Lelo" Beli.

27 junio 2007

La primera nevada del año... desde el cerro Tres Picos (Más imágenes tomadas por Piti Olague)




Segunda parte de la serie de fotografías que Piti Olague tomó el pasado 29 de mayo en la cumbre del cerro Tres Picos. Y que cedió gentilmente para que sean publicadas en este portal en una primera entrega.

Más testimonios de este evento, y buena parte de la obra fotográfica de Olague, en su blog Capturando Luces.

Raíces (Imagen tomada Patricio Moracho, de Buenos Aires)


Brazos de madera. Eternos. La obra es gentileza de Patricio Moracho.

23 junio 2007

Cae el sol (Imagen tomada por Jeroen Van der Heide, de Alemania)


Atardecer en el diquecito San Bernardo, uno de los balnearios más tradicionales de Sierra de la Ventana... La toma -increíble, por cierto- pertenece a Jeroen Van der Heide, quien amablemente cedió a la imagen para que sea publicada en este espacio.

Rumbo al Bahía Blanca... (Imagen tomada por Nacho y Caro, de Bariloche)


Un momento en la travesía rumbo a la cumbre del cerro Bahía Blanca. La fotografía es gentileza de Nacho y Caro, de Tierra Mágica Bariloche.

Camoatíes (Imagen tomada por Ricardo Caba, de Villa La Angostura)


Viejas conocidas (y padecidas) por quien aquí escribe en tiempos de travesuras infantiles en Sierra de la Ventana...

Acto seguido, la descripción que Ricardo Caba, autor de esta fotografía, hace de ellas:

"Avispas 'Camoatí' famosas por el cuento de Quiroga y por sus dolorosas picaduras pese a su reducido tamaño. Son resistentes a los insecticidas y para ser erradicadas deben ser incineradas. Son originarias del norte argentino pero ya se encuentran en gran cantidad en el valle del río Negro".

17 junio 2007

Especial, por las 5.000 visitas (Video)

Llegamos a las 5.000 visitas y había que festejarlo como se debe: con algo verdaderamente especial. En este caso, un video que rememora buena parte de las imágenes y recuerdos que ya forman parte de http://www.sierra-de-la-ventana.blogspot.com/.

Todo esto hubiera sido imposible sin el talento y la generosidad de Carla, mi mujer, que en secreto (me enteré de esto cuando ya estaba terminado) se ocupó de recopilar un buen caudal de fotos, y crear el video que ahora pueden apreciar. Un gesto invaluable...

Mil gracias. A todos. Realmente a todos. Por formar parte de este viaje...

Patricio.

A lo lejos, el puente... (Imagen tomada por Andrés Rezzano, de Lomas de Zamora)


Una mirada al Puente Negro... casi desde la estación de tren. El verde que todo lo puede... Gentileza de Andrés Rezzano.

Arco iris (Imagen tomada por Sofía Bianchi, de Bahía Blanca)


Divertimento del sol. Al amparo de nubes y árboles... Foto gentileza de Sofía Bianchi.

14 junio 2007

Pecho amarillo... (Enviada por Osvaldo Fernández)


Otro fiel habitante de sierras, bosques y ocasionales colas de zorro... En este caso, retratado por Osvaldo Fernández, a quien agradecemos profundamente el envío de la imagen.

La capilla... (Imagen tomada por Ezequiel Rugiero, de Monte Grande)


La capilla Nuestra Señora de Lourdes... Símbolo común de Sierra de la Ventana y Villa La Arcadia. Esta obra es gentileza de Ezequiel Rugiero.

09 junio 2007

Estación de tren... (Enviada por Carolina Scarfi)


Junio de 2005.
Andenes de blanco. Frío invisible. La calma en la espera...

Guanacos (Imagen tomada por Leonardo Beli)


Otra postal de la fauna serrana. Gentileza de Leonardo "Lelo" Beli.

06 junio 2007

El hornero (Imagen tomada por Rubén Pinella, de Tres Arroyos)


Vigía de las tormentas. Albañil perfecto... Gentileza del fotógrafo y periodista Rubén Pinella, de Tres Arroyos.

Camino al Cerro Ventana... un vistazo (Video)

Dando vueltas por la web, pude dar con este video corto que retrata un instante de la travesía al Cerro Ventana.

En un momento, el paneo deja ver los caballos cimarrones que, según me enteré hace poco, ya no habitan más el Parque Provincial Ernesto Tornquist.

03 junio 2007

Desde el aire... (Enviada por Raúl Pérez Santellán)


Una mirada aérea de buena parte del pueblo. Calles y casas conocidas. Pasos en común. Al resguardo de un Tres Picos imponente... Foto gentileza de Raúl Pérez Santellán.

Llanto de las rocas... (Imagen tomada por Pablo Damonte)


Garganta. Caída. Vertiente... La imagen: gentileza del fotógrafo Pablo Damonte, radicado en Galicia, España.

02 junio 2007

La llegada del año 2000 en Sierra... (Enviado, desde Carhué, por Marta Eleisegui)

¡Un recuerdo digno de no olvidar!

La llegada del año 2000 fue algo maravilloso en Sierra: todos estuvimos juntos en esa mega fiesta.

La avenida San Martín lucía hermosa con la iluminación colocada para tal fin; era algo imponente y bello. Se organizaron grupos de personas de la Comunidad que trabajaron afanosamente para llevar a cabo los festejos que quedarán de por vida en nuestra memoria.

En las proximidades de la rotonda central se instaló un escenario, de grandes dimensiones, con pantalla gigante incluida. También dos carpas enormes que brindaban el servicio de restaurantes.

Pero lo más hermoso fue la reunión de todos los que compartimos esas últimas horas de 1999 y la llegada del tan esperado Año 2000.

¡Oscar Kaltenbach animó como nunca la fiesta! Bailamos y brindamos en la calle hasta que salió el sol...

Fue algo especial, una fiesta que nos hizo olvidar las mezquindades y los egoísmos propios de una Comunidad tan pequeña, y estuvimos todos juntos esa vez.

Al amanecer fuimos a nuestras casas a buscar los equipos de mate y regresamos a la avenida, donde recibimos la llegada del sol compartiendo unos verdes con las personas que habían quedado todavía allí.

En mi caso recuerdo a unos amigos muy queridos (Graciela y Luis Reyes) con los que nos quedamos hasta bien avanzada la mañana.

¡Una fiesta para recordar! Nos sentimos muy orgullosos de esos momentos tan lindos que vivimos, orgullosos digo porque fue algo genuino que surgió del corazón de todos. Ojalá que alguien pueda acercar otras vivencias relacionadas con ese evento tan importante.

Seguro que el 17 de enero de 2008, cuando Sierra cumpla los 100 años habrá otra fiesta digna de no olvidar, y es mi deseo que podamos bailar y festejar juntos como esa vez, aunque algunas personas ya no estén físicamente, pero sí en nuestros corazones.


Marta Eleisegui.
Carhué.

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