07 junio 2008

Los picnics de la Isla Castex (Por Javier Girou, de Sierra de la Ventana)

La numerosa familia Saldungaray con sus descendientes directos y otros pobladores de del pueblo realizaban salidas en vehículos a las zonas serranas de piletones, ubicadas en el campo Sierra Grandes, hoy en día.

Ya por entonces, en 1921, se había creado el club Porteño, futura entidad que años más tarde organizaría por mas de 30 años los famosos picnics. El pueblo estaba en pleno auge atraído por el ferrocarril Sur que ofrecía oportunidades laborales y tierras vírgenes.

En el año 1927 asume como presidente del club Porteño Vicente Constantino (nieto de Pedro Saldungaray), y tiene la idea de realizar los picnic que sus descendientes familiares realizaban a menudo encabezados por la institución que representaba.

Ahí surge la idea de realizarlos en Castex, una isla ubicada a 5 kilómetros de Saldungaray y a 3 kilómetros de Sierra de la Ventana, rodeada por el río Sauce Grande y el arroyo San Teófilo. Esta pequeña isla, de unas 5 hectáreas, era propiedad de Diego Meyer, la cual era cuidada por la familia Girou, que habían arribado de las colonias francesas de Pigüé.

Estaba todo sumamente organizado; se hacían programas en la cual se alertaba la gente del evento, de horarios y demás y se difundía por las emisoras de radio de Bahía Blanca.

Los preparativos eran de tres días de anticipación organizando el predio, armando el palco con un camión y acoplado para que sonara por ese entonces el grupo musical Los Porteñitos integrados por gente del pueblo.

Había camiones que recorrían las inmensas estancias en busca de corderos que eran donados para el evento, se llego a contar mas de 60 lanares donados.

El hielo era traído en barra desde Coronel Pringles, tambores y bebederos de campo se utilizaban como improvisadas heladeras, para mantener frescas las bebidas (aprovisionadas por el almacén Vitalini, -hoy en día instalaciones de La Nueva Estrella, Saldungaray-), era lo único que se abonaba ya que no se cobraba entrada y tampoco los asados. Se armaba un baño de campaña para damas, con estructuras de maderos y bolsas de arpilleras.

En el día del evento el punto de partida era la sede del club Porteño, camiones organizaban las salidas hacia la isla haciendo el recorrido más de una vez.

Se realizaba a fines del mes de enero o principios de febrero de cada año. Tomó tanta difusión que el denominado tren local que partía todos los domingos de la ciudad de Bahía Blanca hasta Coronel Pringles comenzó a parar en una alcantarilla frente a la isla.

En él arribaban familias de toda la zona (Bahía Blanca, Cerri, Punta Alta, Cabildo y Estomba), también llegaba gente de los pueblos vecinos (Lartigau, Sierra de la Ventana, Tornquist y estancias aledañas) en autos, sulkys y villalongas.

Su entrada era muy particular, una bajada pronunciada y luego el cruce del arroyo, el tren arribaba a las 10 de la mañana, pero la gente lugareña llegaba mas temprano para la elección de los lugares ya que se estipulaba que arribaban alrededor de 5.000 personas.

No había distinción de clases sociales, se olvidaban los rencores de los clásicos futbolísticos, era una jornada para disfrutar, divertirse, bailar y reencontrarse con amistades lejanas.

Muchas parejas se conocieron bailando en los picnic y hoy en día son abuelos y hasta bisabuelos recordando las polkas, pasos dobles y milongas que tocaban los Porteñitos o cualquiera que se animara o supiera tocar.

La polvareda era una cuestión aparte, ya que volaba mucha tierra, y se paraba la orquesta para que el camión regador humedeciera la pista de baile. Recuerda Beto Davis “alguna que otra vez el clima nos jugo una mala pasada”, “una vez cayeron piedras de granizo ¡grandes como un huevo duro!... era increíble nadie se iba…”.

La gente esperaba esta fecha con una gran ansiedad, ya que para algunos era su única salida en el año. Las mujeres estrenaban vestidos, los hombres vestían la gran mayoría de blanco y llevaban en sus bolsos los trajes de baño, ya que en el río Sauce Grande se formaba un remanso muy profundo, utilizando los árboles costeros como trampolines donde realizaban riesgosas pruebas de habilidades.

Una de las tanta anécdotas que quedaron, eran las travesías que hacían los camiones y autos que ingresaban a la isla cuando partían rumbo a sus casas, era espectáculo de chicos y grandes, se sentaban al costado de la barranca observando las patinadas y encajadas de los potentes V8 que solían tener los automóviles antiguos.

Se disfruto como el enlace amistoso de pueblos, todo era muy cordial, sobresalía la amistad que se hacia cada vez mas grande a través del tiempo. Perdió auge a fines de los 60 y principios de los 70. La pérdida de sombra del lugar y una serie de accidentes de trenes pararon la euforia de los picnic que duraron por más de 30 años.

Hay que rescatar que se hacía por amistad, para juntase, como dijo Chely Constantino. “La intención jamás fue con fines de lucro, solo divertirse”.

Sería inalcanzable repetir la bondad, el esfuerzo y la colaboración de esa gente que trabajo, participo y alentó para que se realicen esos días de verano a principios de siglo XX los recordados picnics de la Isla Castex.


Javier Girou.


Agradecimientos:
Chely Constantino
Alberto Davis
Ángel Cardoso
Chichita Torelli

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi nombre es Roberto Trobiani, nací en Bahía Blanca y he leído atentamente su comentario de la isla Castex situada entre Saldungaray y Sierra.

Me hizo recordar varias anécdotas, ya que junto con mi hermano y mis padres fuimos en varias oportunidades a los picnics que se organizaban todos los años.

Recuerdo que mi padre se organizaba con el resto de los 5 hermanos (casi todos ferroviarios), casi 1 mes antes, y nos encontramos en la Estación Sud para tomar el tren.

Nosotros vivíamos en la calle Soler, a una cuadra de la estación, pero mis tíos venían desde otros barrios mas lejanos. El tren salía aproximadamente a las 8 y tardaba casi 4 horas en llegar a destino.

En Saldungaray subía otro tío, que era el jefe de estación y entonces toda la familia pasaba un gran día en la isla. A la noche retornábamos en el tren que daba la vuelta en Coronel Pringles, porque era la única estación cerca adaptada para hacer el sistema de retorno.

Recuerdo al baterista de la orquesta Los Porteñitos, que era un flaco muy simpático y tocaba al tacto, ya que no miraba la batería. Su apellido era Constantini.

En fin, leer su nota me brindo de grandes recuerdos y anécdotas, y mis vacaciones (por los años 60), eran en Saldungaray junto con mi primo que vivían en la misma estación del ferrocarril.

Mucha suerte y gracias por los recuerdos.


Roberto D. Trobiani

Anónimo dijo...

GRATOS RECUERDOS ME TRAEN LEER ESTAS COSAS DE MI PUEBLO,AHORA VIVO EN JUSTO DARACT PROVINCIA DE SAN LUIS PERO SIEMPRE RECUERDO MI INFANCIA EN SIERRA. MI CORREO ES rholivera1@hotmail.com. ME LLAMO RICARDO HECTOR OLIVERA SOY CLASE 49

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